LAS PALABRAS NUNCA SON INOCENTES - José María Sánchez-Feijóo López coronel de Caballería (retirado)

MEMORIAL CABALLERIA 76

Historia Empleo Táctico y Operaciones Orgánica y Materiales Noticias del Arma Varios 125 MISCELÁNEA LAS PALABRAS NUNCA SON INOCENTES José María Sánchez-Feijóo López coronel de Caballería (retirado) No, no lo son; llevan en su entraña mucha trampa, por ejemplo la polisemia, es decir, que una palabra tiene varios significados oficiales, que pueden ser incluso corregidos con la entonación o con algún gesto, y no digamos lo que puede pasar si ya existe la intención de manipularlas. «¡Ay, qué rico es mi niño!», dice una madre, y salvo que sea la duquesa de Alba (por rica) quien lo dice, seguramente se referirá a que su pequeñín es una monada; ¿hijo de un mono?, no, un encanto, una preciosidad. También existe la anfibología, que está inherente en muchas frases y que induce a errores de interpretación. Recordemos la famosa que la Sibila de Cumas, ciudad cerca de Nápo-les, decía a la madre del soldado que le preguntaba sobre el futuro de su hijo en la batalla: «Ibis, redibis, nunquam peribis in bello»; Irás, volverás…, nunca perecerás en la batalla: pero que si se cambiaba el lugar de la coma decía: Irás, volverás nunca…, perecerás en la batalla. Lo curioso es que el soldado, después de pagar, se iba tan tranquilo pensando que los dioses estaban con él. No sé si la sibila era muy astuta o si los dioses hablan derecho pero con los renglones torcidos. ¡Ay el lenguaje! Como alguien dijo en pleno debate político sobre el empleo de la palabra nación, «Ya se sabe que las palabras tienen muchos significados», y añado: y por eso pueden ser fácilmente manipuladas. Con frecuencia se emplean frívolamente palabras con mucha enjundia: patria, Dios, religión, honor, cultura…, y me da miedo. Recuerdo la frase de Millán Astray: «Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la pistola», refiriéndose a la manipulación de que normalmente es objeto; aunque por brutal yo prefiero la más suave de: «Cuando oigo la palabra cultura, echo mano a la cartera»; algo me cuesta en cualquier caso. La propia RAE (Real Academia Española de la Lengua) ha relegado sus funciones de limpiar, fijar y dar esplendor al lenguaje aceptando que es el pueblo quien tiene la última palabra (nunca mejor dicho), y al que no se le pueden imponer normas. Es el pueblo quien habla como habla y no la RAE la que dice cómo hay que hablar. ¿Queda, por tanto, como misión principal de la RAE la constatación y recogida del habla del pueblo? Parece que sí. De hecho ha recogido en su (nuestro) diccionario palabras como guay (no sé si del Paraguay o no) y otras simila-res. ¿Tienen los escritores, periodistas, locutores, profesores… la obligación de emplear un lenguaje culto? ¿Deben hablar como el pueblo llano? ¿Ambas cosas? Posiblemente, y como casi siempre, en el término medio esté la virtud. Aunque al presidente del Gobierno y escritor Martínez de la Rosa, por emplear este criterio moderado, incluso en política, le llamaran «Rosita la pastelera». ¡Ay el lenguaje! Curiosamente, en el español habitual hay infinidad de palabras que han cambiado su significado inicial o etimológico por otro distinto, y a veces justo por el contrario; algo así, y exagerando, como si al decir ¡hola! estuviéramos diciendo ¡adiós! Me propongo plantear una serie (larga) de frases y palabras que a lo largo de su vida han cambiado de significado. Iremos desgranándolas sin orden previo, como salen las cerezas de un cesto, y ellas solas se irán empalmando (¿se empalman las palabras?). ¡A ver qué sale! «París, la ciudad de la luz», reza la propaganda; pero París no ha sido ni es la ciudad más ilu-minada, ni la primera en tener alumbrado público de gas (fue el barrio de Pall Mall en Londres en 1807), ni siquiera la primera en tener alumbrado eléctrico (fue la ciudad de Wabash en Indiana en 1880); entonces, ¿a qué viene esta frase? Pues que no es así; es «París, la ciudad Luz», es decir: referencia y guía o luz que ilumina el caminar de los pueblos hacia el futuro. Ahora sí. En esto de las frases, «Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho», dice don Quijote cuando entran en un pueblo de noche y muy despistados, hasta que tocando los muros de la iglesia se orientan, ya que estas estaban situadas en el centro de los pueblos. Unos dicen que la Iglesia es, pues, referencia y orientación, y otros, que obstáculo. ¿Quién acierta?


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