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20 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos Núm. 2 / 2013 y se cree que tiene pocas opciones de supervivencia una vez desaparecido el apoyo internacional. Por otra parte, la creciente presencia india en Afganistán puede haber llevado a Islamabad a mantener su relación con los talibanes afganos, como instrumento para ejercer su influencia ante un futuro Afganistán demasiado cercano a India.17 En ese sentido, los talibanes siguen constituyendo una herramienta más para Pakistán en sus aspiraciones de conseguir esa “profundidad estratégica”. Las élites pakistaníes que, si analizamos quienes formulan la política exterior son principalmente militares, consideran Afganistán una extensión y un campo de batalla más en su largo conflicto con India. Los esfuerzos realizados para mejorar las relaciones entre los Gobiernos de Pervez Musharraf y Hamid Karzai resultaron más simbólicos que prácticos. EE.UU. y Turquía alojaron varias reuniones de alto nivel entre representantes de ambos países, con el fin de reducir diferencias. En agosto de 2007, Karzai y Musharraf se reunieron en una “jirga” (asamblea tribal) por la paz en Kabul, acordando establecer grupos de trabajo para mejorar las relaciones entre ambos países, aunque con escaso resultado.18 Si para Pakistán es importante contar con un Afganistán amistoso, y preferiblemente sumiso, para India sería conveniente un Afganistán bajo su influencia, con el fin de centrar parte de la atención de Islamabad en su frontera occidental. También daría a India una base desde la que provocar inestabilidad, tanto en las áreas pastunes de la frontera pakistaní como en la provincia de Baluchistán, cuya insurgencia secesionista cuenta con el apoyo de India, según repetidas acusaciones del Gobierno de Pakistán. A finales de los años ochenta, mientras Pakistán apoyaba a los muyahidines afganos en su lucha contra el régimen comunista respaldado por Moscú, el Gobierno de Nueva Delhi mantenía muy buenas relaciones con el dirigente afgano Mohammad Najibullah (1986-1992). Ante el caos y la inestabilidad de Afganistán tras la caída de Kabul en 1992, y los éxitos de los talibanes a partir de 1994, India optó por financiar al comandante Ahmed Shah Masud. Masud, de etnia tayika, fue comandante del grupo muyahidín Jamiat-e-Islami (agrupación islámica), que combatió a los soviéticos en los años ochenta. Tras la toma del poder por los talibanes, Masud se convirtió en el líder de la Alianza del Norte que, a finales de los años noventa, se había visto reducida al valle de Panjshir, en el noreste del país. Sin embargo, gracias al apoyo por parte de India, Irán y Rusia, la Alianza conseguía plantar cara a las periódicas ofensivas talibanes. A partir de 2001, India vio cómo se abría ante ella la posibilidad de una mayor presencia en Afganistán. India ha contribuido de manera importante a la financiación del Gobierno afgano 17  SINNO, Abdulkader H. y RAIS, Rasul Bakhsh, 2008, p.18. 18  MARKEY, Daniel, “Securing Pakistan’s Tribal Belt”, Council on Foreign Relations, Council Special Report No.36, agosto 2008, p.13.


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