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BIP 55 gran alegría: ¡Ay, pero si es D. Julio Albert!, Pero, ¿Vd. no se había muerto?, a lo que yo le contesté serenamente: «Creo que no…» Durante el curso se hizo un viaje con los submarinos G-7, D-1 y D-2 a las Islas Baleares. Al finalizar, embarqué en el G-7 en Sóller para ir a la Bahía de Alcudia donde el G-7 iniciaba pruebas con nuevos equipos de torpedos de origen alemán suministrados por el Estado Mayor de la Armada , tipos G-7A y G-7 e a los que se le incorporaban pequeños equipos que conseguían peinar la derrota del blanco, o bien efectuar círculos sobre el final de la derrota del blanco; es decir, que se trataba de una innovación táctica. Al regreso a Cartagena continuaron las salidas a la mar, efectuando ejercicios en beneficio del submarino, de la flotilla de submarinos y de los buques de la Flota con base en Cartagena, con los ataques al tráfico marítimo, para los que se aprovechaban las derrotas desde Gibraltar a Malta y de Marsella a Argelia. Con el fin de aumentar la operatividad de la Base de Mahón como apoyo logístico de los submarinos, se organizaron unos despliegues de dos meses de duración por parejas de submarinos. En el primer despliegue se destacaron al G-7 y el D-1. Esta fue una decisión muy acertada, ya que desde el final de la guerra civil no contaba con submarinos en permanencia, de esta forma durante varios meses la eficacia operativa de la Base de Mahón aumentó, al practicar la carga de baterías de los submarinos con los motores diesel de la Base. Sucedió entonces un hecho que contribuyó a incrementar la moral submarinista. Durante unos de los días en los que se solía ir al Casino Militar de Mahón, lugar de encuentro con los oficiales del regimiento de artillería de costa y del regimiento de infantería, surgió el tema de la entrada en completa inmersión por parte de los submarinos allí destacados para atracar en los muelles de la base, llegando a decir que se trataba de una maniobra arriesgada para nuestras dotaciones, que consideraban de élite en aquellos tiempos. Naturalmente estos comentarios hirieron el amor propio del Comandante del G-7 allí presente, el capitán de corbeta Juan Antonio Moreno Aznar, quien al regresar a bordo ordenó al Segundo Comandante preparar el submarino para entrar en Mahón en completa inmersión. No avisó a ninguna autoridad e hizo inmersión a la entrada del puerto, dispuesto a cruzar toda la canal de entrada a pesar de su distancia de unas tres millas, y a la existencia de dos islotes, el del Hospital y el del Lazareto, que aun dificultaba más la maniobra. Una vez iniciada la entrada en inmersión, el Comandante se puso en el periscopio de ataque dándome las marcaciones de los puntos geográficos ya que, como oficial de derrota, yo llevaba la ruta, situándola en la carta de navegación de entrada en la Ría y sugería correcciones necesarias para mantener al submarino por el centro de la canal de entrada. El jefe de Máquinas se puso en el periscopio de navegación, dirigido hacia popa, con el objeto de abortar la maniobra en el caso de que hubiera aparecido algún buque entrando en Mahón. Durante toda la navegación se mantuvo activado el sondador, que iba dando la altura del agua entre la quilla y el fondo. Ésta altura era muy pequeña, de solo de varios centímetros, e incluso de cero centímetros por lo que el submarino durante su navegación iba tocando el fondo removiendo el fango con sus hélices. Al llegar frente a los muelles de la base naval, con el submarino prácticamente posado en el fondo y tratando de girar 90º para ponerse paralelo a los muelles, tuvo que maniobrar con los dos motores eléctricos efectuando una ciaboga para conseguir el giro necesario, pero como estaba clavado en el fango, consiguió el giro final tras 15 minutos de intento. Una vez paralelos al muelle de atraque, el submarino aventeó lentamente, quedando atracado al muelle, después se soplaron los lastres para salir a superficie y el G-7 quedó en su sitio ante la admiración de los miembros de la base allí presentes. Todo esto nos produjo una satisfacción interior en toda la dotación. En el muelle estaba parte de la dotación del otro submarino, el D-1, que al día siguiente repitió la hazaña, con la particularidad de que lo hizo de una manera festiva, pues durante toda la navegación los altavoces del buque reproducían música ligera a pleno volumen. El tiempo de permanencia en Mahón se aprovechaba con gran eficacia, por lo que las dotaciones de los submarinos allí destacados habían intensificado su adiestramiento durante las frecuentes salidas a la mar. Lo que yo viví en el G-7 me sirvió de gran experiencia y creo que aprendí cómo debía ser un perfecto comandante de submarino, como el que allí teníamos. En efecto, en las salidas a la mar no se desaprovechaba un instante, dirigiéndonos desde el primer momento a la zona elegida por el Comandante como zona de ejercicios, y tras las primeras inmersiones y salidas comenzaban toda clase de ejercicios. Así, por ejemplo, a continuación de una salida a superficie y sin solución de continuidad ordenaba zafarrancho de combate de superficie con fuego real, con lo que se tenia que cubrir el cañón de superficie, subir las municiones y hacer seguidamente fuego real, que se interrumpía para ordenar inmersión, enlazándose después con ejercicios de seguridad interior, que a su vez solían empalmarse con ejercicio de zafarrancho de combate en inmersión, lo que llevaba consigo la preparación de los torpedos y su puesta a punto en el interior de los tubos. Una vez iniciada una fase de aproximación sobre cualquier mercante que por allí pasase, se efectuaba la simulación de ataque que, a su vez, se continuaba con ejercicios de cambio rápido de cotas; y así transcurría la jornada hasta llegar la hora de la comida, para la que el Comandante ordenaba solamente 10 minutos de descanso. Recuerdo como anécdota un día en el que había embarcado un alférez de navío de complemento que estaba en Mahón, y quiso vivir la experiencia de navegar en nuestros submarinos. Además de los ejercicios que hemos comentado, al finalizar la jornada le dio un fuerte dolor en el apéndice a un Cabo de la dotación. Como no iba a bordo ni médico ni ATS, el Comandante decidió una «consulta médica» entre él, el Segundo y yo, decidiendo que se trataba de una apendicitis, por lo que nos dirigimos a puerto y lo comunicamos por radio para que preparasen una ambulancia y posterior transporte al hospital Militar de Mahón. Por cierto que después de tenerlo todo preparado y navegando en demanda del puerto se nos ocurrió pensar si el citado Cabo estaría ya operado de apendicitis, por


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