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P.— Acaba de mencionar a la Marinería de Reemplazo de su época. ¿Cómo reaccionaba el marinero de entonces que era destinado a submarinos? R.—Evidentemente se encontraban perturbados ante lo desconocido… Recuerdo a dos marineros gallegos, que pisaban por primera vez en sus vidas un submarino. Al verlos, sentí la obligación de tranquilizarles, y les comenté que yo tenía nueve hijos y, a pesar de todo, sentía que me encontraba en un sitio seguro, y que por la responsabilidad que llevaba sobre mis espaldas, no tenía pensado correr riesgos innecesarios… También les aseguré que cuando terminasen su Servicio Militar, se sentirían orgullosos de haberlo hecho en el Arma Submarina. Y tuve la gran suerte de que, una vez licenciados, estos mismos marineros me transmitieron su orgullo por sentirse parte de esta «Casta». Y no era para menos, ya que en aquella época éramos «los niños bonitos» de la Armada. Esta impresión se hizo realidad durante la Semana Naval que celebramos en los años 70 en Santander, donde acudimos junto al Juan Sebastián de Elcano para hacer presencia naval y abrir nuestras puertas a la sociedad. Pues bien, yo creí que pasaríamos desapercibidos ante nuestro atractivo y legendario buque escuela, pero lo cierto es que todo el mundo, quizás por más desconocido, quería visitar el submarino. Las filas de visitantes a lo largo de los días que estuvimos en puerto eran interminables. A mí me habían hablado de la buena gastronomía de la ciudad, concretamente de las bondades de su puerto pesquero, así que me apresuré a preguntar por la dirección. De inmediato un paisano del lugar, que después descubriría que era un barbero, se ofreció a acompañarme. En el trayecto me preguntó si me había enterado de la presencia de la Armada; a lo cual, asentí, y luego me hizo saber que su mayor deseo sería visitar el submarino, pero que le resultaba imposible con su horario laboral. Al conocer su interés, le desvelé que yo era el Comandante del submarino y, ante su asombro, le di una tarjeta, con la que se le franquearía el paso en el buque y se lo enseñarían. El hombre desde entonces, gracias a mi tarjeta, visitó el submarino en más de diez ocasiones, y cada vez que el Oficial de Guardia le veía aproximarse con medio Santander de acompañantes, me avisaba: ¡Ya llega su amigo el barbero, Comandante!... Y es que son muchas anécdotas las que vives cuando tienes el mando de un buque… también es verdad que no son todas divertidas; por eso cuando recibes el mando te desean suerte, mientras que cuando lo entregas te dan la enhorabuena, si has tenido la fortuna de no tener ningún incidente grave, como el que os he contado relacionado con el Azor de Franco, que casi me cuesta el Curso de Estado Mayor… P.—Almirante ¿encuentra muchas diferencias entre los submarinos de su época y los de ahora? R.—Sí, por supuesto. El submarino de ahora se parece un poco a los buques de superficie, en el sentido de tener más comodidades… por ejemplo, y aunque suene un tanto escatológico, nosotros para usar el WC teníamos casi que hacer un «cursillo»; aquello era hasta peligroso —nos explica entre las risas generalizadas que había provocado su comentario— y esto era porque dentro del submarino la presión es inferior a la de fuera, por lo que tanto la evacuación de residuos como para el agua, debía realizarse mediante válvulas, que eran accionadas por cada uno. La dotación estaba, por supuesto, al corriente del funcionamiento; lo malo era cuando teníamos visitas a bordo, ya que en más de una ocasión nos llevamos sorpresas desagradables… Y algo parecido ocurría con las duchas, que se accionaban con bombi- 60 BIP


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