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REVISTA GENERAL DE MARINA MAYO 2015

VIVIDO Y CONTADO Me cupo el honor de ser instructor de los primeros suboficiales sonaristas que debían marchar a los Estados Unidos de América para realizar el Curso de Operador Antisubmarino de los Sea King, ya que las autoridades norteamericanas no admitían cabos primeros, que era la categoría que yo ostentaba en aquel lejano año de 1963. El entonces director del CIANHE, capitán de fragata Tomás Clavijo, trató por todos los medios de que yo formase parte de aquel primer núcleo de operadores antisubmarinos de helicópteros, pero no pudo con la burocracia existente y, aun contando con su apoyo y con el del jefe del Arma Aérea, capitán de fragata Saturnino Suances de la Hidalga, no pude incluirme en aquel grupo de sonaristas que aprendieron lo que era volar y calar el sónar en un S-55, dirigidos y asesorados por un sencillo cabo primero sonarista. Todavía recuerdo al capitán de corbeta Juan Torres de Castro, jefe de la Segunda Escuadrilla, gritando desde lo alto de su asiento de piloto que con él solamente volaba el cabo Mañogil y que los alumnos se repartiesen en otros helicópteros. Años más tarde, aquellos primeros sonaristas de la Quinta Escuadrilla —brigada Beza, sargentos Mengíbar, Jiménez, Picallo, Gregorio, Oliver y Barbosa— serían mis compañeros de vuelo, ya con la categoría de sargento del Cuerpo de Suboficiales. El ALFLOT tuvo la gentileza de enviarme su cordial saludo y su amable invitación a los actos conmemorativos de las 100.000 horas de vuelo de la Quinta Escuadrilla, pero me consta que no podía ni imaginar hasta qué punto ese saludo y esa invitación calarían en lo más profundo de mi corazón. La Quinta Escuadrilla ha sido para mí algo muy especial y entrañable. En ella han transcurrido los mejores años de mi juventud, realizando horas interminables de vuelo en circuito SAR pendientes de un posible accidente de algún Harrier de la Octava Escuadrilla, volando hacia el País Vasco para prestar ayuda con motivo de inundaciones, desafiando a los elementos para rescatar a pescadores en situación desesperada o volando hacia la isla de Alborán para evacuar a un enfermo grave. La ciudad de Santa Cruz de Tenerife concedió a la Quinta Escuadrilla de Aeronaves de la Armada la medalla de la ciudad con carácter colectivo por su meritoria y abnegada labor en socorro y ayuda allí donde se la requiriese. Yo he tenido el orgullo y el honor de compartir muchas horas de vuelo con amigos a los que perdí para siempre —Borrego, Arturo, Seijas, Rojas, Farizo, Lucio, Torres— y de velar los féretros de otros de diferentes escuadrillas caídos igualmente en el cumplimiento de su deber —Díez de Rivera, Alfredo Jiménez, Goyanes Blanco, Díaz Granda...—. Es imposible recordarlos a todos, pero los llevo en el corazón y me consta que desde esa inmensa altura en la que ahora se encuentran sabrán perdonarme e incluso sonreirán y dirán: «No te preocupes Mañogil, te comprendemos». La Quinta Escuadrilla se disponía a conmemorar sus 100.000 horas de vuelo y ahí estaba yo, a 700 kilómetros de distancia, con 74 años de edad a la 700 Mayo


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