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REVISTA GENERAL DE MARINA JUNIO 2015

TEMAS GENERALES El extraño artilugio Uno de los artefactos más extraños que podía encontrar uno a su llegada a Alborán era un palo largo (como de un metro) que se encontraba apoyado contra una de las paredes del despacho del comandante del destacamento. Estaba pinchado en una corchuela, o boya pequeña, de color amarillo y presentaba lo que a simple vista parecían unos mordiscos. Y no era el único de esos artilugios, ya que dentro del módulo, en otras estancias, había otros. El caso es que como tal instrumento no tenía instrucciones anexas era difícil saber su uso y empleo; pero si estaba allí era por algo, por lo que mejor no tocarlo. El paso de los días y la práctica del arriesgado deporte de correr por el único camino de la isla, entre la zona de habitabilidad (módulo, aljibes, faro, etc.) y el cementerio situado en uno de los extremos de la misma, hizo que finalmente uno de los suboficiales explicara el uso de aquella vara. Cuando se atravesaba corriendo el barrio de la parte noroeste junto al cementerio, separado en dos por la avenida Alborán, los escandalosos vecinos, sobre todo en época de cría, se dedicaban a lanzar unos tremendos picados contra la cabeza de los corredores, que según los viejos del lugar había hecho que alguno se fuera con una afectuosa muesca en su cabeza, consecuencia de un picotazo «gaviotil». Así pues, la inventiva lugareña diseñó un sistema de decepción o de defensa antiaérea, que realmente funcionaba, como demostraban los supuestos «bocados» que mostraba la boya pinchada en la vara, y que como se podía ver eran picotazos. En algún momento, aquellos picados y esa agresividad parecían retrotraer en el tiempo a los oficiales para recordar los ataques que sufría el alumno de rancho de la Escuela Naval Militar cuando llegaba la hora del bocadillo y se dirigía con su carrito de bocatas a la explanada frente al Casino de Alumnos. Otra de gallos En los destacamentos de verano, y a pesar de tratarse de una unidad militar, hay que reconocer que no eran pocas las veces en que se hacía uso de la graciable «siesta» por el personal libre de servicio. Pero lo cierto es que no todo el mundo estaba de acuerdo en que mientras unos estaban despiertos, el resto pudiera disfrutar de un corto y merecido descanso, y los celos los atacaban de tal forma que una y otra vez realizaban intentos de despertar a los demás. El caso es que, con alevosía y aprovechando que la puerta de acceso al módulo de habitabilidad se dejaba abierta normalmente, de forma sigilosa y evitando, cual boina verde, al personal de servicio, se deslizaban hasta la mitad del pasillo del módulo, soltando al gallo que, desde esa magnífica posición dominante se desgañitaba con un tremendo «cocorocó» que, ¡por Baco!, 846 Junio


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