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LA LEGION 518

ELÍAS CARROCERA EN EL TRASBORDO A CEUTA, DONDE LE ESPERABA LA LEGIÓN LA NUEVA ESPAÑA Actividades << Breves << 20 de febrero de 2011 Por D. Javier Cuervo 5 Elías Carrocera es director del Museo de la Sidra de Nava y profesor de la Universidad, hizo el servicio militar en La Legión, en Ceuta. Nunca se arrepintió de su mili, pero no lo llevó al Tercio su ardor guerrero sino su desinterés por pasar por el Ejército por las prórrogas y por las milicias universitarias. Asqueado del campamento de Camposoto (San Fernando, Cádiz) donde había literas de siete como rascacielos y pulgas como centollos, Elías Carrocera atendió al grupo de captación de La Legión. Impecablemente uniformados, remangados, con barbas pobladas, proclamaban que del Tercio saldrían más hombres y que tendrían más mujeres. -¿Alguna pregunta? -¿Os ducháis todos los días? -Sí. -Apúntame. Así fue como el estudiante Elías Carrocera, que carecía de tanto interés por el servicio militar que ni se apuntó a las milicias universitarias ni se cuidó de tener al día las prórrogas, se alistó a La Legión Española en 1980. Una semana después salió del puerto de Algeciras en «la Paloma», el ferry que cruzaba a Ceuta. La vida funciona así. Después de un bachiller a trompicones y de muchas horas de entrenamiento de fútbol sin aspiraciones, un joven profesor del Instituto, Jerónimo González, de Sama, le sacó de la indiferencia cuando le hizo ver que la Historia no era una ciencia exacta sino una reconstrucción sobre unas fuentes más una interpretación sujeta al conocimiento o a la vocación política. El profesor, alto, fuerte, muy serio y de voz grave, Florencio Friera, despertó al rapaz de metro ochenta, melena y cuatro pelos en la cara que no acababa de tener claro que estudiar fuera su futuro, como tanto deseaban Ignacio, maestro fundidor y Olga, ama de casa, sus padres. De nada a todo, meses después estaba matriculado en Filosofía y Letras, cada mañana tomaba el Carbonero y en Feijoo sentía golondrinas en el estómago cuando Gustavo Bueno hablaba del Anticristo, avanzaba en latín gracias a la dulzura de Diego Santos, se dejaba fascinar por los conocimientos de Vallespí Pérez, profesor de Prehistoria Universal y le rendían las pintadas ácratas de «Felicidad permanente». En los cinco dispares cursos que siguieron, con huelgas de profesores no numerarios, vuelos en la órbita de los partidos a la izquierda del PSOE y encuentro con la Prehistoria, empezó a excavar. El transbordador atracó en el puerto de Ceuta y abrió por proa. Durante tres cuartos de hora el convoy ascendió dando tumbos hasta el campamento García Aldave, anexo a un campo de maniobras, donde instalaron a los nuevos en lo que habían sido las cuadras de mulos de artillería con los pesebres habilitados como taquillas. Con la luz del día siguiente vieron la frontera de Marruecos y, en el paseo, el mar abajo, cruzado por barcos. En los tres meses que siguieron aprendió a someter su voluntad a la obediencia y la disciplina, cómo el cuerpo se adaptaba a los esfuerzos hasta hacerlos rutina y cuánto place una cerveza África Star a media mañana, después de la instrucción. Ser universitario resultó útil. Fue ayudante de un comandante legionario y tuvo su primer contacto laboral con un museo, destinado en el de La Legión. Documentos de los años fundacionales, pabellón de legionarios ilustres, sala de la vestimenta, sala del armamento propio y capturado, fotografías de los actos de guerra y sala de curiosidades que, entre otras riquezas, contiene un recipiente de cristal que guarda en formol el ojo que perdió Millán Astray en Loma Redonda (Tenían). Carrocera limpió ese frasco con primor en varias ocasiones. Como legionario con barba hasta el pecho vino a examinarse de Historia Contemporánea con David Ruiz, pasó el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y se duchó todos los días. UNA VIDA ENTRE PEPÓN Y PEPÍN Elías Carrocera Fernández (Pando, La Felguera, Langreo, 1957) es director del Museo de la Sidra de Nava y profesor de Arqueología de la Universidad de Oviedo. Al regreso de la Legión excavó con Jordá y entró en contacto con grupos de arqueólogos gallegos y portugueses, entre ellos otro personaje crucial, Carlos Alberto Ferreira d'Almeida, de la Universidad de Oporto, con el que creció como investigador. Su tesis doctoral, de 1988-89 es «El valle del Navia en época prerromana y romana». Como detalle de carácter nunca conoció a Pepe, aunque sí a Pepín y a Pepón. En 1994, un accidente de tráfico y su larga convalecencia le dieron una segunda oportunidad y una nueva manera de vivir en la que descubrió los grises, puso fin a las banderías y se descolonizó mentalmente, un proceso cruento del que no da detalles para no hablar de cosas desagradables. Dos veces casado, tiene dos hijos.


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