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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 126

JOSÉ ANTONIO OCAMPO fueron después sepultados con los honores militares, que les tributó la misma tripulación del Iowa. Ejemplos tales de heroísmo, o mejor dicho de fanatismo (sic) por la disciplina militar, jamás habían sido llevados al terreno de la práctica tal y como los llevaron a cabo los marinos españoles. Uno de estos, con el brazo izquierdo completamente arrancado de su sitio y el hueso descarnado Sr. Fajardo, pendiente solamente de pequeños filamentos de piel, subió la escala de mi buque con serenidad estoica, y al pisar la cubierta del Iowa se cuadró y saludó militarmente. Todos nos sentimos conmovidos hasta lo sumo. Otro llegó nadando en una charca de sangre, con la pierna derecha únicamente; fue atado con un cabo en el bote e izado a bordo sin proferir ni una queja… »Para terminar aquella faena, llegó el último bote conduciendo al Comandante del Vizcaya, señor Eulate, para quien se llevó una silla porque estaba malherido. Todos sus oficiales y marineros, al verle llegar, se apresuraron a darle la bienvenida luego que se desenganchó la silla del aparejo. Eulate, poco a poco, se incorporó, me saludó con grave dignidad, desprendió su espada del cinto, llevó su guarnición a la altura de los labios, la besó reverentemente y, con los ojos llenos de lágrimas, me la entregó. Aquel hermoso acto no se borrará jamás de mi memoria. Estreché la mano de aquel valiente español, y no acepté su espada. Un sonoro y prolongado ¡hurra! salió de toda la tripulación del Iowa. »Enseguida, varios de mis oficiales tomaron en la silla de mano al Capitán Eulate, con objeto de conducirle a un camarote dispuesto para él donde el médico reconociese sus heridas. En el momento en que los oficiales se disponían a bajarle, una formidable explosión, que hizo vibrar las capas del aire a varias millas en derredor, anunció el fin del Vizcaya. Eulate volvió el rostro, y extendiendo los brazos hacia la playa, exclamó: «Adiós, Vizcaya; adiós, ya…», y los sollozos ahogaron sus palabras. »Como viera yo que la tripulación de los dos primeros buques echados a pique no había sido visitada aún por los nuestros, puse hacia ellos la proa del Iowa. A poco andar, encontré al Gloucester, que regresaba trayendo al Almirante Cervera, a varios de sus oficiales y a un gran número de heridos. El Harward había recogido la tripulación del Oquendo y del Teresa, y a medianoche tenía a bordo 966 prisioneros, casi todos heridos. »Con respecto al valor y energía, nada hay registrado en las páginas de la Historia que pueda asemejarse a lo realizado por el almirante Cervera. El espectáculo que ofrecieron a mis ojos los dos torpederos, meras cáscaras de papel, marchando a todo vapor bajo la granizada de bombas enemigas y en pleno día, solo se puede definir de este modo: fue un acto español. »El Almirante Cervera fue trasladado desde el Gloucester a mi buque. Al saltar sobre cubierta, fue recibido militarmente con todos los honores debidos a su categoría por el Estado Mayor en pleno, el Comandante del barco y los mismos soldados y artilleros, que con las caras ennegrecidas por la pólvora, salieron casi desnudos a saludar al valiente marino, que con la cabeza descubierta pisaba gravemente la cubierta del vencedor. 98 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 126


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