Page 67

LA LEGION 534

Actividades << A IMAGEN Y SEMEJANZA Arturo Amores nació en el seno de una familia trabajadora pero sin ninguna afición artística. Era oriundo de León donde su padre Cristóbal trabajaba picando en el interior de una mina de carbón, hasta que por causa de una explosión del gas grisú se quedó huérfano a temprana edad y su madre Beatriz, una viuda sin paga ni sustento, sobrevivía como podía realizando labores domésticas a los vecinos para sacarlos adelante a él y a Hipólito, su hermano mayor. Iban sobrellevando la nueva situación con muchas penurias hasta que su madre empezó a ponerse enferma con frecuencia y finalmente falleció a causa de unas fiebres. Los dos niños fueron separados por derroteros distintos. Arturito fue acogido por unos primos de su padre que vivían en Málaga, pero Poli, que era como le llamaban cariñosamente a su hermano, fue a parar a un orfanato ya que nadie del resto de los familiares se podía hacer cargo de él pues representaba una boca más que alimentar y, en esos tiempos de hambre, era difícil que alguien lo atendiera. Arturo recordaba perfectamente cuando se lo llevaron, el tren comenzó a moverse, deslizándose hacia delante en silencio con tanta discreción que, por un segundo, creaba la ilusión de que era el andén el que se movía, no el tren. Desde esa mañana, sabía que no se pasaba por la vida sin llorar, los hombres se apagan para nacer en la muerte. A partir de ese día, su paso por el mundo tomaría un rumbo desconocido. Se sintió por un momento abandonado, experimentó una punzada de envidia por aquellos niños tan contentos con su madre. Él no tenía madre ni una vida normal, entendiendo por vida normal vivir en único lugar, con un padre y una madre que siempre estuvieran sentados a la mesa en la hora de la cena. El fallecimiento de sus progenitores le había inoculado una tristeza particular. Uno de los instantes más felices de su biografía, que se repetía con regularidad, llegaba cuando iba caminando con su padre adoptivo por la calle y, sin mirarlo, separaba un poco el brazo de su cuerpo, con los dedos extendidos. Inmediatamente sentía una mano que cogía la suya, y así iban ya caminando unidos, hablando en silencio, sin mirarse, contento y reconfortado porque no estaba solo en el mundo. Únicamente un niño puede percibir cuándo una emoción es sincera. Una capacidad que al hacernos adultos perdemos. Al principio de la separación, de tarde en tarde, llegaban noticias de su hermano Poli a través de cartas enviadas por el orfanato, pero fueron pasando los años y llegó un momento que se perdió toda comunicación. Desde muy pequeño, Arturo empieza a destacar en el dibujo, era lo que más le distraía. Sus lápices y cuadernos le sirvieron de refugio para adaptarse a la nueva vida. No podía soportar la degradación natural de los objetos, la fractura, la usura. Conservó durante años, reparándolos una y otra vez, uniéndolos con celofán, los dos pedazos de una regla de madera rota. Con el vendaje la regla ya no era recta, ni siquiera podía cumplir su función y servir para trazar líneas rectas, sin embargo no la tiraba. Volvía a romperse la regla, añadía otra venda de celofán y de nuevo la metía en su cartera. Gracias al apoyo de sus maestros que vieron en él talento en las artes plásticas y a las becas que le concedieron por tener buenas notas, le llevaron a ir encauzando su vida, llegando a cursar estudios en la Facultad de Bellas Artes y posteriormente sacar la oposición de profesor de instituto en Melilla, ciudad cosmopolita que le atraía por su arquitectura modernista, donde ejerció la docencia simultaneando con su gran pasión artística hasta que le vino su jubilación y pudo dedicarse por entero a la verdadera vocación, la de esculpir. Durante su juventud tuvo algún que otro escarceo amoroso, pero había vivido sólo la mayor parte de su tiempo, en el fondo, como buen artista, era un bohemio. De nuevo en la realidad de su cocina, cuando se disponía a administrar aceite y tomate a las tostadas, sonó el teléfono y una voz al otro lado de la línea, tras los saludos de cortesía, le dijo ser representante de la Ciudad Autónoma de Melilla y que hablaba en nombre del Ejecutivo de la Ciudad: “Señor Arturo, como usted sabrá, la historia de la Ciudad y la Legión comienzan a unirse en el verano de 1921 cuando esta urbe norteafricana se encontraba asediada por las tropas rifeñas de Abdelkrim en el conocido como Desastre de Annual, así pues, somos testigos de que la Legión es consustancial a Melilla y se merece un homenaje por parte del pueblo. Hemos pensado en regalarle una escultura para ser colocada en el Parque Hernández e inaugurarla el 19 de septiembre de este año, justo el día de antes del próximo aniversario que celebra esta Unidad. Por ser un escultor contrastado se le ha elegido para este magno acontecimiento ¿qué opina?”. La respuesta fue que desconocía ese mundillo de La Legión y el Ejército, que, como cualquier vecino, había visto a los militares en sus desfiles por las calles, su opinión de lo que simbolizaban era buena, conocía las características que todo buen militar ha de reunir, como el valor, inteligencia, espíritu, entusiasmo, amor al trabajo, sacrificio y vida virtuosa, pero que sabía lo justo de ellos. Por lo demás, aceptaba el encargo no sin antes solicitarle un tiempo de reflexión acerca de la obra que debería presentar. Su interlocutor, al otro lado del aparato le indicó: “No hay problema, tenemos muy buenas relaciones con el 1º Tercio y seguro que su Coronel estaría encantado en ayudarle. Es más, le vamos a concertar una visita guiada al Acuartelamiento Millán Astray para que vea de primera mano cómo se desarrollan las actividades dentro del cuartel y para que conozca parte de su historia”. 534· I-2016 65 La Legión


LA LEGION 534
To see the actual publication please follow the link above