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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 326

análisis internacional Los parlamentos de Tobruk y Trípoli deben aceptar el gobierno de unidad acordado el pasado mes de enero Los ministros de Defensa europeos, así como los titulares de Exteriores de la UE, se han mostrado muy preocupados en sus últimas reuniones en las que Libia ha sido uno de los principales puntos del orden del día. La misión naval Sophia que la Unión Europea tiene desplegada frente a las costas de Libia con el fin de luchar contra el tráfico de seres humanos y de armas, sigue esperando la formación de un Ejecutivo estable al que se muestra dispuesta a ayudar cuando éste lo demande. Hace poco más de un año, miembros del Daesh provenientes de Irak y Siria llegaron a Libia para establecer un califato en el norte de África y entrenar a nuevos yihadistas. GOBIERNOS EN PARALELO Desde junio de 2015, el país está dividido en dos partes, cada una con su gobierno, su parlamento y sus ejércitos. Al oeste, con capital en Trípoli, están las fuerzas del Congreso Nacional resultantes de las elecciones de 2012 y dominado por los islamistas (llegó a aprobar la Sharia). Su primer ministro es Omar al Hassi y el presidente del Parlamento y verdadero hombre fuerte es Nuri Abu Shamin. Al Este, en Tobruk, se ha instalado la Cámara de Representantes y el gobierno de Abdulá Al Thini —el único reconocido por la comunidad internacional— bajo la protección del general Jalifa Haftar. El temor ante el constante avance yihadista y la necesidad de ayuda internacional para detenerlo —la ONU supeditó cualquier misión sobre el terreno a la creación de un ejecutivo conjunto— acercó posiciones y llevó a unos y otros a mostrarse favorables a un gobierno de conciliación. Pero en las últimas semanas las tensiones han reaparecido motivadas, fundamentalmente, por la práctica imposibilidad de controlar a las milicias y las discrepancias a la Zuma/EFE hora de dirimir quien controlará los yacimientos petrolíferos. A mediados de febrero el gobierno de Tobruk suspendió los vuelos hacia el vecino del sur, Sudán, al parecer en represalia por el apoyo que el régimen de Jartum da al gobierno de Trípoli. Tobruk teme que la aceptación por Sudán del ejecutivo islamista con base en la capital libia vaya más allá del reconocimiento diplomático y que esté apoyando claramente la rivalidad si no la subversión que lleva a cabo Trípoli. La segunda razón para el enfriamiento de relaciones entre el gobierno de Tobruk y el régimen sudanés ha sido Libia sigue a la deriva. Hasta el momento, todos los intentos por encontrar un gobierno de conciliación nacional que unifique esfuerzos contra el avance del integrismo y las huestes del autodenominado Estado Islámico han sido un fracaso o muy débiles. El último de ellos, obtenido a comienzos de 2016 en la localidad costera marroquí de Sjirat y avalado por la ONU, ha decidido elegir como jefe del Consejo Presidencial de Unidad a Fayez al-Sarraj, un diputado de perfil bajo pero con afamado talante negociador. Junto a él fueron nombrados nueve ministros y todos ellos tenían la misión de formar un gobierno en un plazo máximo que finalizaba a principios de febrero. Pero, casi un mes después, las principales formaciones aún no han dado su aprobación. Desde el derrocamiento y la posterior ejecución sumaria del coronel Muamar Gadafi en 2011, Libia está sumida en el caos. Dos gobiernos han venido disputándose el poder y la representación legítima de este enorme país norteafricano, que alberga una de las mayores reservas de petróleo del mundo: uno con sede en Tobruk, ciudad del Este cercana a Bengasi; y otro en Trípoli, que goza del apoyo de un nutrido grupo de milicias islamistas. La Unión Europea, la OTAN y, desde hace un año, las Naciones Unidadas, intentan acercar posiciones entre ambos ejecutivos, así como entre sus respectivos parlamentos, con el objetivo de garantizar una mayor estabilidad. Aparte de las decenas de milicias que operan en Libia, desde hace un par de años el país es objeto de una proliferación inquietante de grupos terroristas —los procedentes del Daesh ya controlan varias zonas en las que han proclamado su peculiar califato— y de mafias dedicadas al negocio de la inmigración ilegal. Además, el caos reinante ha provocado la semiparalización del funcionamiento de las principales refienerías del país. Marzo 2016 Revista Española de Defensa 17


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