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REVISTA GENERAL DE MARINA MARZO 2015

RUMBO A LA VIDA MARINA conocer a los animales bentónicos, de mayor tamaño, esos que dependen del fondo por estar fijados a un sustrato (roca, fango, arrecifes de coral…), balanos, percebes, corales, pólipos, anémonas, estrellas, erizos, holoturias, gusanos, lapas, almejas y otros moluscos, esponjas, gorgonias, comátulas y varios crustáceos, etc. Pero a todos estos animales que normalmente vemos parados no les podemos considerar inmóviles (menudas correrías nocturnas emprenden las lapas...) porque si de verdad lo fueran estas especies sedentes permanecerían per in secula seculorum en el mismo sitio y les sería imposible expandir sus especies colonizando nuevos territorios. Pero el hecho es que la mayoría de las especies bentónicas citadas pasan forzosamente por una fase larvaria libre, nadadora, planctónica y más o menos duradera antes de fijarse a los fondos marinos. Esta fase facilita su normal expansión, al mismo tiempo que el volumen de microorganismos, de pequeños animalillos presentes en la capa superficial, se incrementa en el plancton con estas larvas, aumentando su masa hasta cifras astronómicas y, al comerse unos a otros y todos entre sí, su papel es muy importante en la composición y en la mecánica del plancton. Si tenemos en cuenta que algunos de estos animáculos planctónicos (lo son porque cazan) también pueden realizar la función clorofílica (se aproximarían al vegetal), se explica que, con tales ambigüedades, el modelo de cadena alimenticia marina manifieste los pretendidos desfases que antes apuntábamos. Además, y por si era poco, la mayoría de los peces añaden sus huevos y larvas (alevines) a la desmesurada población de los pequeños animales superficiales, disparando los grandes números censales casi hasta el infinito. Y en este medio todos se comen unos a otros, no lo olvidemos. Pero no tenemos que irnos muy lejos de casa para comprobar de cerca los efectos, unas veces beneficiosos y otras devastadores, de estas multitudinarias poblaciones de pequeñas criaturas. Por sus obras las conoceréis. Durante los meses de verano del pasado año (2014) el 90 por 100 de las bateas de las rías de Pontevedra y Vigo (quedó a salvo Redondela) tuvieron que suprimir la venta de mejillones porque las autoridades sanitarias habían alertado de la presencia de la llamada «marea roja», producida por una floración (no lo entrecomillo porque así se llama en biología marina) explosiva de dinoflagelados, especialmente de los géneros Gonyaulax y Gymnodinium. Según Thorson, el color de las manchas de dinoflagelados (no necesariamente rojas, sino también verdes, azuladas, grises) empiezan a apreciarse cuando alcanzan una concentración de entre 200.000 a 500.000 individuos por litro de agua, pudiendo llegar a una saturación comprendida entre el millón a los seis millones también por litro. O sea, la sopa, que decíamos. El control sanitario, pues, se limita a analizar periódicamente las aguas hasta alcanzar el nivel de alarma, aunque aquellas sigan transparentes. El origen de las mareas rojas parte de que los animales filtradores, como son las almejas, mejillones, navajas, etc., llegan a acumular en su sistema digestivo tal biomasa de dinoflagelados que se vuelven tóxicos para quienes los comen, incluyendo al hombre, aunque los 2015 305


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