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Entrevista << 35 sido una persona muy fuerte físicamente y no sé si hubiera estado a la altura, aunque sí me atraían los carros AMX-30 del Grupo Ligero de Caballería, cuyo alojamiento estaba enfrente de mi compañía. Lo mío fueron papeles y oficina. Cuéntenos de forma breve su servicio militar. Desde los primeros días me planteé que ya que la vida me había llevado tan lejos, separado de mi familia y de mi novia que se encontraban en Madrid, debía afrontarlo de forma positiva. Me mantuve unido a ellos a través de frecuentes cartas y alguna conferencia telefónica. Me viene a la memoria la carta que les escribí a mis padres dándoles cuenta de mi alistamiento. ¡Qué nervios! Y la respuesta que recibí de ellos, en la que a su sorpresa, se unían una serie de advertencias paternales sobre la importancia del cumplimiento del deber, la obediencia, el cuidado con las malas compañías, tatuajes, etc… y, adivinándose en toda ella, por parte de mi padre, un gran orgullo y una enorme satisfacción. Tanto fue así que se dirigió a un joyero amigo suyo y le encargó el medallón con el escudo de La Legión y nuestro querido Cristo de la Buena Muerte que aún conservo y llevo con honor. Me la hicieron llegar, como regalo, a través de los padres de un compañero, que pudieron asistir al acto de nuestra Jura de Bandera, el día 23 de septiembre de aquel 1.973. Más adelante, en marzo del 74 me casé con mi novia y alquilamos una casa en El Aaiún. Tenía pase de pernocta y me dejaban salir. Solía hacer un servicio de refuerzo cada semana y el resto de los días dormía en mi casa, en la que siempre nos visitaban muchos legionarios. Fue una buena época. Yo daba clases de guitarra, mi mujer de francés y mecanografía, y además ella encontró trabajó en las oficinas de la Compañía de Fosfatos de Bu-Craa. Uniendo todo esto a lo que yo ganaba en el Tercio... vivíamos de maravilla. ¿Qué se recuerda casi cuarenta años más tarde? Hay muchas anécdotas que recordar en la relación con los compañeros y los mandos. El espíritu legionario, que es imborrable. Se recuerda con afecto y cariño todo aquello, sobre todo, como digo, la camaradería, el compañerismo, la forma de cómo buscarse la vida, que es una frase y una enseñanza vital que yo aprendí allí. ¿Recuerda alguna anécdota que nos quiera referir? Después de la charla de la captación en el campamento de la playa, mientras le daba vueltas a si me alistaba o no, estaba muerto de sed. Desde el trago de agua que había dado al botijo antes de salir de Madrid, no había bebido nada en todo el día a pesar del calor. Me acerqué a un soldado de los que estaban por allí y, como en la Biblia, le pedí: “Por favor, dame de beber”. El hombre discretamente me llevó a su compañía, donde el agua estaba en unos depósitos que llenaba un camión cada día. Llenó una pequeña botella y me dio de beber. Se lo agradecí enormemente. Al cabo de un año, cuando me faltaba poco para licenciarme, nombraron jefe del equipo de captación al capitán del almacén de prendas, D. Rodrigo Holguín. Me llevó con él al cuartel de la playa formando parte del equipo de captación. Nuestra única obligación era ir “maqueados” y gastarnos allí los cinco duros que nos había dado a cada uno, para que los reclutas viesen lo bien que vivían los “lejías”. En un determinado momento el resto de los compañeros se marchó a tomar algo a la cantina y me dejaron al cuidado de la oficina. En esto vino un muchacho a pedirme de beber. Lo recuerdo con una emoción tremenda. Era un regalo de la vida poder devolver a otra persona el favor que había recibido un año antes en las mismas circunstancias. Había allí una caja de Coca Cola que, aunque no era mía, bajo mi responsabilidad, cogí una botella y se la di con alma y vida. ¿Mantiene contacto con alguno de sus antiguos compañeros? Desgraciadamente no. Tuve contacto durante algún tiempo con varios compañeros, incluso tuve como vecino a uno que había estado en la compañía de carros durante el mismo periodo que yo. Pero luego por diversas circunstancias, traslados de domicilio, etc … con el paso de los años se perdieron las relaciones. Sabemos que pertenece a la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Madrid. ¿Cómo llegó a su entorno? En su día, recién licenciado me propusieron algunos compañeros pertenecer a la hermandad, pero no cuajó. Hace dos o tres años, a través de Antonio Esteban Pradas, antiguo legionario del mismo Tercer Tercio en el que yo serví, que vive cerca del pueblo donde vivo en Segovia, y con el que he hecho una gran amistad, me introdujo en ella. ¿Recuerda algo del 20 de septiembre de 1973? (Sonríe). Sí. Si recuerdo. Participé con gran ilusión en la caseta de la compañía. Preparamos un grupo musical y escribí unas letras con la música de canciones conocidas, como la de “La fiel infantería”. Eran lógicamente alusivas a nuestra vida en el cuartel y algo satíricas. Recuerdo que terminábamos pidiendo al coronel la absolución por el contenido de las letras. Con gran sentido del humor nos la dio cuando pasó junto a varios oficiales por nuestra caseta y presenció nuestra actuación. Guardo muy buen recuerdo de aquel acto. Después de muchos años lejos, este año ha vivido de nuevo un 20 de septiembre en un establecimiento legionario. ¿Qué impresión se lleva? Maravillosa. Es el primer sábado legionario al que asisto después de casi cuarenta años, treinta y nueve exactamente. He estado muy feliz. Muy emocionado. Y con una idea que no se me va de la cabeza: Me he sentido en casa.


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