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LA LEGION 520

Historia << 57 Rubén Darío. Y adentrándonos ya en la narración, siquiera breve y resumida dados los límites de espacio de este artículo, de algunos de los episodios y pasajes que el coronel Mateo describe con su buena pluma y excelente literatura en su libro, cabe destacar, que todos ellos, tal y como manifiestan los editores en su nota necrológica, están impregnados de amor a La Legión, un cariño ardiente e inextinguible que transmite vivo y palpitante en las páginas de su libro. En el primero de sus episodios, el coronel rinde honores al héroe de La Legión: Suceso Terrero López y a sus legionarios, muertos todos, en unión de sus hermanos de armas los soldados de la Brigada Disciplinaria, en la defensa del blocao de Dar Hamed, en las proximidades de Melilla, en septiembre de 1921. Relativo al teniente coronel Valenzuela, el autor deja constancia de su extrañeza por el culto que La Legión guarda a su memoria. Por eso escribe “que al ver constantemente que tras los vivas reglamentarios sonaba cálido y vibrante el ¡Viva Valenzuela!, mi alma sentía el orgullo de poseer un cuerpo vestido de legionario”. Y enlazando con la excelsa figura de Valenzuela, el autor incorpora a las páginas de su libro, un bello episodio, que le ha remitido el anónimo “Un Legionario” en el que nos habla de un “extraño homenaje” en forma de fúnebre concierto, que dos legionarios quisieron rendir a la memoria del jefe en el mismo lugar en que cayó herido mortalmente, en los sangrientos combates del 5 de junio de 1923, homenaje que resumo a continuación. A finales de junio de 1923, y acantonada en Tafersit, se encontraba una bandera del Tercio de Extranjeros, en una de sus compañías formaban dos legionarios cuya hermandad había sido sellada con su sangre en el duro yunque de la guerra: León Albert, virtuoso del violín junto a otro pálido y enteco, gran recitador y algo poeta, que tuvo la humorada de alistarse en La Legión con el nombre de “Alejandro Magno”. Pues bien, cierto día de finales de junio, ambos legionarios Albert y el magno “Alejandro” creyeron necesario el ir a rendir homenaje en forma de concierto con un “solo de violín”, en el mismo punto donde besó la tierra el egregio jefe del Tercio. Dicho y hecho. Llegadas que fueron las sombras de la noche, y pasada la reglamentaria “Lista de Retreta”, sin dar parte a persona alguna de su intención, saltaron la alambrada y a través del campo enemigo caminaron en demanda del lugar de su empresa. La noche era de luna y su luz se quebraba sobre los campos de doradas mieses insegadas aún. Y de esta forma, sin temor a los moros que con unos disparos pudieran haber malogrado su aventura, llegaron al lugar donde murió el héroe. Y los montes agrestes de Tizzi-Assa, y los arroyos de sus vertientes y las retamas y los escarpados riscos, oyeron el más sublima y bellísimo recital que imaginar se pueda. Mientras el violín de León Albert daba al viento las ingentes notas de la “Marcha Fúnebre” del mágico Chopin, su colega “Alejandro Magno” dejaba caer en la callada noche las cristalinas cláusulas, las estrofas brillantes y sonoras de la “Marcha Triunfal” del divino Rubén. Y así, uno tras otro, como habían ido, el poeta delante y el músico detrás, llevando como el bardo ancestral su violín a la espalda, regresaron al campamento con las primeras luces de la aurora. Y a buen seguro, que si el espíritu del héroe, desde la mansión de los elegidos les escuchó, acudió sin duda a su llamada, y con un gran gesto acogedor, erguido su prócer continente, una mano en el pecho donde campó la roja Cruz de Maestrante y la otra extendida sobre las cabezas de los dos románticos, les miraría con paternal cariño diciéndoles ¡Gracias hijos míos! Insertos en las páginas de “LA LEGIÓN QUE VIVE” figuran episodios en los que el coronel Mateo glosa, entre otros, el valor heroico derrochado por el teniente legionario D. Bartolomé Munar, el cual, siendo suboficial del Tercio, supo hacerse acreedor a la preciada Cruz Laureada de San Fernando convirtiéndose así en el primer legionario que por su acreditado valor y arrojo en la campaña alcanzaba tan alta recompensa militar. Junto a Munar, y en otro de los episodios reflejados en el libro figura el capitán de legionarios D. Carlos Tiede Zeden. El primer legionario, que haciendo suyo lo estipulado en los carteles anunciadores del Tercio, en aquello de “Podéis llegar a capitanes de La Legión”, fue subiendo en el más breve plazo y a base de heroísmo y valor en los combates (pues los conocimientos tácticos ya le eran conocidos por haber vestido con anterioridad el uniforme de oficial del ejército prusiano), los rígidos peldaños del escalafón legionario hasta ser el primero en llegar a colocarse en la bocamanga de su guerrera las tres preciadas estrellas de seis puntas.(4) Mención aparte merece el episodio de “Las Legionarias”, firmado también por “Un Legionario”. En su inicio, el autor nos dice que falta un capítulo entre muchos del


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