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REVISTA GENERAL DE MARINA JULIO 2016

RuMBO A LA VIDA MARINA gracias a una dirección de tiro, que funciona por impulsos químicos, aún no del todo conocida por la ciencia. El doctor Valledor, renombrado malacólogo y especialista en animales ponzoñosos, sentencia así el proceso: «La picadura de los conos es una lesión mínima y no más dolorosa que la de una avispa. A menudo la víctima no le concederá importancia hasta empezar a encontrarse mal. Entonces será ya tarde». Con todo, y aunque tengamos que dejar para próximos capítulos en el tintero del pulpo (antecedente de los botes de humo que se usan en nuestras unidades) la completa descripción y curiosidades de los moluscos, que son muchas y algunas de ellas de interés militar —tiempo habrá para ello—, y como ya quedó esbozado al principio de nuestro discurso, nos centraremos en el de este bimestre en el descubrimiento del sumergible, en estrecha relación conceptual con el bentos marino, porque al igual que Otto Lilienthal (Aucklam 1848-Berlín 1896) concibió el primer vuelo planeado de la historia de la aviación tratando de emular con la máquina —un loco cacharro que le costó la vida— el pausado vuelo de la cigüeña al ascender por las corrientes térmicas de aire («crucificada en el azul», que diría Gabriel Miró), los submarinos encontrarán en la naturaleza modelos vivos suficientemente elocuentes para llevar al plano un proyecto de máquina capaz de hacer lo que hace el pez —enseguida veremos que en su visión más simplista—, porque si bien es cierto que cualquier pez en su nicho evolutivo (en el oficio al que ha llegado) es insuperable biológica y técnicamente hablando, más verdad es que al submarino como alarde tecnológico humano, que responde a un nicho ecológico que en el hombre es el de la inteligencia, esa cantinela de que es un feliz y ocurrente trasunto del pez se queda corta e ingenua, como pronto también demostraremos. Por otra parte, ya sabemos que el submarino se remonta a muy atrás de la efemérides del centenario de nuestra Arma Submarina, y que el sumergible tampoco fue un logro exclusivamente personal de un inventor concreto, sino fruto de repetidos ensayos y desvelos que, con mayor o menor fortuna, intentaron otros investigadores interesados desde muy antiguo en la conquista del desconocido mundo que se escondía en el seno de las aguas. Por eso, hacer la prueba del ADN para asignar la paternidad del submarino actual es tan arriesgado como señalar a Darwin como el preclaro inventor de la teoría de la evolución de las especies (mucho antes Lamarck y otros científicos habían trabajado en este tema intensamente), a Fleming de la penicilina, cuyo efecto antibiótico se conocía desde la Edad Media; a Wegener de la deriva continental (¿a qué geólogo, navegante o cartógrafo podía pasarle por alto que la panza atlántica del continente sudamericano encastraba perfectamente, como en un rompecabezas, en el hueco del golfo de Guinea, en el África ecuatorial?), o a Mendel el de la herencia genética, que llevaba siglos inquietando a sabios, filósofos y naturalistas ante el hecho evidente de que los hijos se parecen a sus padres. 66 Julio


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