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REVISTA GENERAL DE MARINA JULIO 2016

RuMBO A LA VIDA MARINA capitán Nemo (el capitán «Nadie») de Julio Verne (Nantes 1828-Amiens 1905), en su obra 20.000 leguas de viaje submarino, publicada en 1870. En realidad la asombrosa navegación de este Nautilus tiene poco de relato de ficción, aunque como tal haya pasado a la historia, y mucho como alegato ecologista con la intención de divulgar entre los jóvenes los conocimientos que se tenían del submarino y la necesidad de proteger un mundo que acaba con sus recursos naturales sin el menor remordimiento de una sociedad que basa su supervivencia en el esquilmo despiadado de la naturaleza. Desde el punto de vista técnico, poco aporta el Nautilus de Verne a la navegación submarina, si acaso por la anticipación del motor eléctrico como medio de propulsión, porque el sumergible ya hemos visto que venía de muy atrás, con los ingenios de Bushnell, Fulton y Monturiol, funcionando como una realidad más en la historia de la construcción naval. Tan solo es posterior a las andanzas del capitán Nemo el submarino de Isaac Peral (Cartagena 1815-Berlín 1895), botado en 1888, todo un alarde de ingenio, técnica y ciencia sin parangón en la historia naval del mundo. El tópico de Verne como padre de la historia ficción se ha generalizado con la fuerza de una mentira repetida un millón de veces. Poca gente sabe que la gran anticipación de Verne con el capitán Nemo fue plasmar su sentimiento ecologista en defensa de cuanto veía desde la gran balconada de proa del Nautilus. Un mundo nuevo, lleno de color, apenas conocido en la época, fascina a Verne, quien desarrolla en boca de Nemo —se cree que con una intención autobiográfica del propio autor— unos principios que, para quien ahora termina este artículo, superan con creces la afamada y divulgada carta ecologista que el Jefe Seattle dirige al presidente de los Estados Unidos en 1855 y que termina en el vértigo de la desesperanza: «¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia». Nemo, un visionario loco cuyo gran pecado fue querer destruir un mundo que no comprendía, y con él, la naturaleza que tanto amaba, nos dejó dicho desde el Nautilus: «La mar no pertenece a los déspotas. En superficie los hombres pueden hacer leyes injustas, combatir entre sí, hacerse pedazos, pero 10 metros más abajo sus rencores se aniquilan. La mar es un ser vivo: ¡mirad ese océano!, ¿no está dotado de vida propia?, ¿no experimenta cólera y ternura?» 72 Julio


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