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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL JUNIO 2016

Pero la gran fuerza de la coronelía no radica en la combinación de sus armas sino, sobre todo, en la flexibilidad. De una manera muy similar a lo que conocemos hoy en día como «agrupamientos tácticos»1, las capitanías se combinan unas con otras según el terreno o la situación del combate, en un claro ejemplo de un término tan actual como la «modularidad». Por ejemplo, ante la amenaza de la caballería se concentran los piqueros, si se requiere potencia de fuego se reúnen los tiradores... Esta flexibilidad será muestra característica de los Tercios Viejos y dará ejemplo en batallas como Jemmingen (1568) o Fleurus (1622), donde se crean formaciones compuestas por soldados de distintos tercios no solo españoles, sino incluso borgoñones. Su máxima expresión se alcanzaría en la resonante victoria de Nordlingen (1634), donde el tercio de Martín de Idiaquez será reforzado durante el combate con sucesivos destacamentos del otro tercio español, el de Fuenclara. Una flexibilidad, en suma, más propia de la guerra en siglos recientes que de una Edad Media que daba sus últimos coletazos. Combatiré cuando yo quiera En gran parte de los países europeos la guerra era todavía un asunto medieval y, por lo tanto, caballeresco. Briosas cargas de caballería pesada, por supuesto formada por la alta nobleza, junto con bloques cerrados de piqueros, estaban encargadas de romper las líneas y obtener la victoria. La incipiente artillería y las armas de fuego se usaban como mero apoyo. En Francia esta tendencia perduraría mucho tiempo, hasta épocas tan tardías como 1522 en la batalla de Bicoca o 1525 en Pavía, donde los ataques frontales por parte de los piqueros suizos y los gendarmes franceses (posiblemente la mejor caballería pesada de Europa) fueron barridos del campo de batalla por los arcabuceros españoles. Por el contrario, Gonzalo se liberó pronto de esos prejuicios. Contaba en sus filas con un núcleo de infantes en los que recaía una responsabilidad en el combate mayor que en otros países, posiblemente porque en el terreno abrupto de la península Ibérica los combatientes a pie no fueron dados de lado, o por la importancia de las aportaciones de peones de las milicias de villas y ciudades. 106  REVISTA EJÉRCITO • N. 903 JUNIO • 2016 El Gran Capitán dejó claras sus intenciones cuando en 1503 fue retado a un duelo personal por el virrey de Nápoles, Luis de Armagnac: «...combatiré cuando yo quiera, cuando me convenga, no cuando ellos me reten y al enemigo se le antoje...»2. Esta idea perduraría en la escuela militar española y durante la campaña de Flandes llevada a cabo por el III duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, que ante la insistencia de sus subordinados por entablar combate con los rebeldes holandeses exclamó: «...así debe ser, los soldados siempre queriendo combatir, los generales cuando convenga...»3. O, como lo define hoy en día nuestra doctrina, «libertad de acción; posibilidad de decidir, preparar y ejecutar los planes a pesar de la voluntad del adversario»4. Por ello, en lugar de batallas Gonzalo inicia una guerra de hostigamiento, pequeñas incursiones, golpes de mano…, lo que hoy se denomina una «guerra asimétrica»: aquella en la que se enfrentan contendientes con capacidades militares normalmente distintas y con diferencias sustanciales en su modelo estratégico5. Así, hasta que no encontró a sus fuerzas preparadas no cambió de modelo y se enfrentó al enemigo en el campo de batalla. Esta manera de hacer la guerra quedaría como característica de los ejércitos españoles y recibió el nombre de «encamisadas» en 1524, tras la sorpresa de Melzo, llevada a cabo por las tropas del marqués de Pescara. La nieve de la zona hizo pensar a los españoles en llevar camisas blancas por encima de sus vestiduras y equipo para confundirse con el terreno. Desde entonces, el término quedó como sinónimo de aquellas operaciones especiales a las que tan dados fueron los soldados de los Tercios Viejos. Sería esta una de las características que proporcionaron un aura de invencibilidad a los tercios, pues nunca se enviaba a combatir a aquellos soldados que no estaban preparados ya que, como afirmó Gonzalo, «no traigas jamás tus guerreros a dar la batalla, si primero no estás seguro de sus corazones y conocido que están sin temor y que están ordenados, ni los pruebes si no ves que ellos esperan vencer6 ». Lo que conocemos como voluntad de vencer, firme propósito del mando y de las tropas de imponerse al adversario y obtener la victoria…, se basa en los valores morales7.


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