Page 128

EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 900

como empujados por un resorte. Su misión aún no está completa: han de acudir a la alcaicería, el rico mercado de sedas, y prenderle fuego. Que todos sepan quién ha estado aquí. Tristán de Montemayor, escudero de Hernán Pérez del Pulgar, ha de aportar la mecha: una cuerda embadurnada de alquitrán. Pero algo falla: la mecha no está. Tristán la ha dejado en el caballo. El desconcierto ha hecho presa en los guerreros, solos en la capital del enemigo. Uno de ellos se ofrece a rectificar el error. Se llama Diego de Baena: un hombre valiente. Él irá a buscar la mecha. Diego de Baena desaparece calle abajo, vuelve al lugar donde se esconden los caballos, encuentra la cuerda de alquitrán y retorna a la carrera. Pero cuando sus ojos ya vislumbran la mezquita en la oscuridad de la noche, un bulto se cruza en su camino. El bulto grita la voz de alarma: es un centinela. Diego pone fuera de combate al moro, pero el grito de socorro ha hecho su efecto: la guardia los ha descubierto. Los hombres de Hernán Pérez del Pulgar huyen en la dirección que les marca Diego de Baena. A toda prisa prenden fuego a la alcaicería. Después, sin perder un segundo, hay que salir de la ciudad, franquear la muralla, ganar el arrabal y recuperar los caballos. Pero es noche cerrada, no se ve nada y el suelo se convierte en una trampa. Fatalidad: uno de los guerreros, Jerónimo de Aguilera, ha caído en un foso. Todos pugnan por sacarle, pero Jerónimo ha quedado atrapado. Ya se escucha a pocos metros el clamor de los centinelas moros. El caído es terminante: «¡Matadme! ¡Matadme! ¡Recordad nuestro compromiso! ¡No dejar atrás prenda viva! ¡No quiero caer en manos de los moros!». Todos miran al capitán. La más negra de las sombras cruza su alma. Nadie ignora los sufrimientos que esperan al desdichado si cae en manos de los mercenarios magrebíes de Granada. Dejarle vivo será peor que dejarle muerto. Fiel al juramento, Hernán arroja su azagaya contra el soldado. Durante un segundo, en el aire frío de Granada explotan el dolor, la ira y la desolación. Hasta que se oye una voz angustiada: es la del propio Jerónimo de Aguilera. El lanzazo ha fallado. Está de Dios que ese hombre viva. «No dejaremos atrás prenda viva, pero tampoco prenda muerta», grita Hernán. Todos los hombres tiran de Jerónimo con todas sus fuerzas. Ya se oye el tumulto de la guardia nazarí pisándoles los 128  REVISTA EJÉRCITO • N. 900 ABRIL • 2016 talones. Un esfuerzo más. Jerónimo de Aguilera sale del foso. En la noche de diciembre, noche fría de Granada sin luna, noche de Sierra Nevada, los soldados saltan los muros de la ciudad. Vadean nuevamente el río. Abajo, los caballos esperan. En un abrir y cerrar de ojos, como jinetes fantasmas, desaparecen en el cielo oscuro. Y sobre la mezquita de Granada han quedado escritas estas palabras: Ave María… El jefe de la brillante operación, Hernán Pérez del Pulgar y García Osorio, es sin duda uno de los soldados más ilustres de nuestra Historia. Se acercaba ya a los cuarenta años cuando acometió la osada aventura granadina. Esa audacísima acción en la mezquita de Granada le valió un castillo en su escudo y el derecho a ser enterrado en la catedral de Granada cuando se conquistara. Hasta entonces no había parado de pelear. Era de Ciudad Real, donde había nacido en 1451. Se crió literalmente en el campo de batalla, tanto en las algaradas contra los moros como en la guerra civil que opuso a los partidarios de Juana la Beltraneja con los de Isabel de Castilla en la pugna por el trono castellano. Hernán estaba en el partido de Isabel, que ganó, como es sabido. Después vino la guerra con Granada, que fue larga y difícil. En esa guerra, que iba a durar más de diez años, se hizo soldado Pérez del Pulgar. Muy pronto se le conoce por «el de las Hazañas». En 1481 tiene solo treinta y un años y ya es Gentilhombre de la Casa Real en recompensa por sus victorias. Al año siguiente protagoniza un episodio extraordinario en Alhama. Nuestro hombre ha quedado allí sitiado, junto al duque de Cádiz, por las fuerzas nazaríes. Alhama es una plaza estratégica decisiva. No puede perderse. Hay que pedir refuerzos. ¿Pero cómo avisar al cuartel general cristiano? Solo hay una posibilidad: atravesar las líneas enemigas. Es una locura, pero es exactamente el tipo de misión que nuestro hombre no rechazaría. Hernán sale de Alhama, burla a los sitiadores y llega hasta Antequera, donde están los cristianos. Alhama estaba salvada. El historial militar de Pérez del Pulgar está lleno de episodios de ese género. Pocos meses después del éxito de Alhama lanza una operación sobre el castillo de Salar, entre Granada y Loja. Hernán toma la fortaleza con solo ochenta


EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 900
To see the actual publication please follow the link above