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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL 899

Geografía e Historia REVISTA EJÉRCITO • N. 899 MARZO • 2016 47  estaba acordado hacía ya mucho tiempo, en los cuartos de banderas y en las logias masónicas. Este pronunciamiento, en realidad, tuvo otras cabezas visibles, u ocultas tras los mandiles masónicos, que la poco significativa del entonces teniente coronel Riego, pero la historia tiene también sus caprichos y quiso que, al fin de las numerosas vicisitudes que se sucedieron, se mitificara al héroe Riego quien, en realidad, solo fue la punta visible del enorme iceberg masónico organizador y responsable del pronunciamiento de Cabezas de San Juan y de los que poco después se sucedieron por toda España. Todo surgió porque en el Ejército y en las logias masónicas (muchos oficiales, como el propio Riego, eran masones) había un fuerte malestar por la exclusión de los liberales del Gobierno. En aquellos tiempos de rivalidad enconada entre liberales y absolutistas, la obtención del poder por una de las facciones significaba la muerte política de la otra, que quedaba totalmente excluida de cualquier parcela de mando y había de pasar o a la inacción pacífica o a la clandestinidad militante. Pero no fueron solo cuestiones ideológicas las causas determinantes del pronunciamiento. Hubo otras, básicamente intereses comerciales, que tuvieron una directa y determinante influencia en la sublevación de las tropas que estaban acantonadas en Sevilla, uno de cuyos batallones mandaba el militar asturiano. Eran estas cuestiones de descontento entre los militares profesionales y, sobre todo, por un sentimiento contrario a la guerra colonial americana, influido y alentado por Inglaterra. Pero en el nuevo Ejército, nacido como decimos de la guerra de la Independencia, era donde muchos paisanos y patriotas exaltados, procedentes del voluntariado guerrillero habían hecho carrera y alcanzado altos grados militares, como Espoz y Mina, por ejemplo, y tenían una visión política distinta. Así pues, esta nueva hornada de militares de fortuna simpatizaba plenamente con las ideas liberales y había sido ganada por las sociedades patrióticas, y más aún por las secretas, entre las que destacó, ya en la preparación del pronunciamiento, el propio conde de la Bisbal, José Enrique O´Donnell, nombrado general en jefe de las fuerzas que habían de ir a América a combatir contra los insurgentes. Otros distinguidos masones, como Mendizábal, Istúriz o Alcalá Galiano, conspiraban también desde fuera del Ejército para perfilar el golpe militar. Como suele pasar en un pueblo poco formado y con vocación de súbdito («¡Vivan las cadenas!» era la aclamación popular más extendida tras la segunda invasión francesa y la reposición del absolutismo a manos de los Cien Mil Hijos de San Luis), Riego fue vilipendiado y pasó de héroe a villano, siendo ahorcado en noviembre de 1823 en la Plaza de la Cebada en Madrid, insultado e injuriado por la misma masa popular que unos años antes lo aclamó y vitoreó. La escisión interna de la masonería española de la época en masones (moderados) y comuneros (exaltados), así como las ambiciones propias de algunos militares de renombre y la convulsión del panorama político, provocaron que muchos militares se desvincularan definitivamente de esta sociedad, pues la represión durante la Década Ominosa (1823-1833) fue realmente cruel y vengativa contra aquellos militares que habían Levantamiento constitucional. Grabado de la época


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