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REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 851

campañas afgana e iraquí, la Guerra contra el Terror sirvió para descubrir los límites del poder militar estadounidense, acabar con la aparente unipolaridad del orden internacional de la posguerra fría y facilitar el auge de nuevas potencias capaces de limitar la influencia y disputar la hegemonía regional a EEUU. La puesta de largo del nuevo estilo americano de luchar se produjo en Afganistán, donde una pequeña fuerza constituida específicamente para la Operación Libertad Duradera, con apoyo aéreo permanente, colaborando con la Alianza del Norte, equipada con modernas tecnologías y usando sofisticadas tácticas derrocó al régimen talibán, aisló a Al Qaeda en las montañas y en el vecino Pakistán e instauró un gobierno de transición afín a Occidente en poco más de un mes. Esta victoria sorprendió al Pentágono, que pregonó que la forma en que se había librado la guerra era un signo inequívoco de que la revolución estaba a punto de consolidarse; por lo que propuso acelerar la transformación. Pocos meses después se iniciaron los preparativos para invadir Irak. Determinado a superar la sombra de Vietnam, el Pentágono diseñó un plan de operaciones que explotara la revolución e impulsara la transformación. Tras un breve despliegue y concentración de fuerzas que disuadiera al régimen baathista sin obstruir las labores diplomáticas con Bagdad, una fuerza conjunta terrestre-anfibia con permanente apoyo aéreo paralizó el gobierno iraquí, causó una total confusión entre las filas de sus ejércitos, anuló la oposición militar y logró una victoria fulminante, aplastante y aparentemente decisiva en semanas. Ambos triunfos parecían validar los frutos de la revolución, el potencial de la transformación y la eficacia del nuevo estilo militar americano. Sin embargo, tras el paso de las operaciones de combate a las labores de estabilización, el pequeño volumen de fuerzas empleado, el armamento utilizado, el limitado adiestramiento en materia de estabilización, reconstrucción o antiterrorismo, el desconocimiento de ambas sociedades o la falta de inteligencia humana sobre el terreno; combinados éstos con la inexistencia de planes coherentes para la pacificación o las equivocadas decisiones tomadas tras derrocar ambos regímenes, coadyuvaron para que estallara una insurgencia que puso en jaque a las autoridades locales y ha forzado a la comunidad internacional a dilatar la salida de Afganistán y forjar una coalición contra Daesh en Irak. La aparición de la insurgencia cogió desprevenido al Pentágono que, seducido por la tecnología, había olvidado que la guerra es un choque de voluntades opuestas y que cualquier actor intenta explotar las debilidades de su oponente, combate con los medios que tiene a su disposición y usa las estrategias que mayores réditos le proporciona. Así, frente al tecnocéntrico estilo militar estadounidense, las insurgencias afgana e iraquí concibieron respuestas que explotaban las limitaciones del estilo militar y las vulnerabilidades del país. La insurgencia no sólo reveló las carencias del nuevo estilo militar estadounidense en ambientes de baja intensidad y las limitaciones del modelo tecnocéntrico de la RMA; sino también lo difícil que es pacificar territorios hostiles, el precio humano y material que entraña cualquier cambio de régimen político por la fuerza o los nuevos requerimientos operativos motivadas por la participación en ambas campañas. Estos factores motivaron el abandono de la RMA de la agenda americana y un cambio de rumbo de la transformación –de prepararse para los conflictos futuros a resolver los problemas presentes– que los ejércitos apadrinaron inmediatamente pero que no se formalizó hasta la QDR 2006 –que establecía las líneas maestras de la defensa del segundo mandato de Bush– y el nombramiento de Robert Gates como titular del Pentágono. Este giro motivó que durante su estancia al frente del Departamento, Gates centrara sus esfuerzos en la conducción de las campañas afgana e iraquí y la generación de capacidades adecuadas para la estabilización posconflicto, la construcción nacional o la contrainsurgencia. Ello se materializó mediante ajustes en el planeamiento de la defensa (priorizando la resolución de los problemas identificados), programación militar (redefiniendo, ralentizando o aplazando la compra de los grandes programas para liberar fondos que permitieran adquirir los materiales necesarios para las misiones presentes), estructura de gasto (sufragando las misiones en curso y manteniendo los estándares de adiestramiento y los planes de modernización) y estructura de fuerzas (incrementando los efectivos del Ejército y los Marines, reconvirtiendo grupos de artillería en unidades de infantería, incrementando las fuerzas de operaciones especiales, unidades de cooperación civil-militar, replanteando los ciclos de despliegue o regulando la presencia de contratistas); y se consolidó en 2008 con la firma de la Directiva de Defensa 3000.07, que situaba a la guerra irregular en el mismo plano que la convencional y requería a los ejércitos realizar cuántos cambios fueran necesarios para combatir en ambos tipos de conflicto. Sin embargo, la eliminación de Bin Laden permitió a Obama cerrar la Guerra contra el Terror, adelantar los repliegues de Irak (2011) y Afganistán (2014, pospuesto hasta 2017); y sustituir el modelo estratégico vigente por un nuevo marco que guiará el planeamiento de de- 178 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Marzo 2016


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