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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA 330

fuerzas armadas ANATOMÍA de una explosión La OTAN instruye en Hoyo de Manzanares a los militares y policías de sus equipos CSI ES un artefacto casero». Lejos todavía del lugar de los hechos, la densa columna de humo blanco tras la deflagración delata el tipo de explosivo que se ha utilizado en el atentado: «ANFO, mezcla de nitrato amónico y fuel-oil», coinciden en su primera impresión los componentes del equipo de investigadores: un capitán austriaco, líder del grupo y supervisor de campo; un capitán de Infantería de Marina español y fotógrafo policial; un sargento primero holandés, recolector de evidencias; y otro sargento primero, también español, del Ejército de Tierra, escribiente y dibujante. Los cuatro militares formulan su diagnóstico unánime mientras se enfundan los guantes de látex y se ajustan la máscara de protección respiratoria, de uso obligatorio en la escena del crimen para recoger cualquier muestra biológica —de sangre, huellas, ADN…— u otra clase de evidencia física que permita, una vez analizadas, aclarar las circunstancias del ataque y poner cara a los autores. «De tratarse de un explosivo comercial o militar, la humareda hubiera sido negra», explica el capitán Juan Manuel Mancilla, director del curso Weapons Intelligence Team (WIT), que de manera alternativa se imparte en España, Holanda y Hungría desde 2011. Su última edición tuvo lugar el pasado mes de mayo en el Centro de Excelencia contra Artefactos Explosivos Improvisados (IED) de la OTAN en Hoyo de Manzanares (Madrid). Los 19 alumnos formados en sus instalaciones —entre los que se incluyen los componentes del equipo anteriormente mencionado— forman ya parte de la nómina de 446 especialistas de 31 naciones identificados con el acrónimo inglés de Crime Scène Investigation, lo que les convierte en los «CSI» de la Alianza en zona de operaciones. «Humo blanco, humo negro», repite el capitán Mancilla, protegido tras el cristal blindado del bunker, al escuchar el sonido hueco de la última de las cinco acciones hostiles que se han simulado contra tres vehículos militares y dos patrullas a pie, respectivamente. Poco después, sobre un terreno horadado de cráteres y sembrado de restos de la explosión, comienza el trabajo de campo para los 19 alumnos de Austria, España, Holanda, Irlanda, Rumania y Suecia. Divididos en equipos multinacionales de militares y policías, «deben averiguar cómo se ha iniciado la explosión, qué tipo de carga principal se ha utilizado, cuál era el objetivo del enemigo y cómo solucionar este tipo de ataques», explica el capitán Mancilla. Es la prueba a la que se enfrentan los alumnos del WIT antes de convertirse en personal CSI del primero de los tres niveles en los que se divide la investigación forense tras un incidente IED. «Nosotros formamos el nivel uno», dice el director del curso. Son el equipo que trabaja sobre el terreno recogiendo evidencias para alimentar el nivel dos, que es el laboratorio de análisis que se despliega en zona de operaciones. Cuando los medios tecnológicos empleados en el lugar de los hechos no son suficientes para obtener los resultados En la fase práctica se activaron cargas explosivas de entre 4 y 10 kilos de peso, muy inferiores a los 300 que llegan a utilizarse en ataques terroristas. 46 Revista Española de Defensa Julio/Agosto 2016


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