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REVISTA GENERAL DE MARINA OCTUBRE 2016

RUMBO A LA VIDA MARINA un anillo, es el icono del tiempo que todo lo destruye. Goya lo retrató zampándose a uno de sus hijos, porque a grandes males grandes remedios y lo mejor para conservar el trono era evitar molestos pretendientes. Es posible que su tétrico currículo le privase de ser incluido en la LOBA que, a mediados de siglo pasado, contaba con cuatro minadores, tres de ellos bautizados con nombres de planetas: Júpiter, Neptuno y Marte, en los que los guardias marinas de entonces hacíamos las prácticas de fin de curso. De grato recuerdo. En la izquierda del lienzo aparecen dos dioses de los vientos soplando, en plena faena, para que la barquilla de Venus pueda alcanzar la costa. Son Céfiro, el fuerte viento del Oeste, el viento del ocaso, y su mujer Cloris, que ascendió por matrimonio al grado de diosa después de haber sido raptada por Céfiro cuando ejercía de ninfa en el Jardín de las Hespérides cuidando las manzanas de oro de la inmortalidad. Cloris es la deidad de la Brisa. Observemos que en la obra de Botticelli los vientos orientan el cabello de Venus y el de la Primavera a sotavento, hacia el Este, como no podía menos de suceder. Por el contrario, aunque el viento soplaba del ocaso, los dioses alados lo reciben de cara y el peinado de la pareja apunta al Oeste, rompiendo las normas, lo que confirma que Céfiro y Cloris son el viento mismo, que son los que lo producen y por ello quedan a salvo de su influencia. ¿Un viento fuerte y otro débil procedentes de dos orígenes distintos? Pues nada menos que Botticelli estaba anticipando el meteo 500 años antes de que la chica del tiempo nos lo sirviese por la televisión. En el centro aparece Venus, Afrodita en la versión griega, recibida por los cielos, que son otra cosa que la mar, con una lluvia de flores. Es un homenaje etéreo a la diosa del amor que aparece desnuda, porque en el lienzo de Botticelli acaba de nacer de una concha de vieira que, por su parte convexa recuerda el vientre de la mujer en cinta y por la cóncava la forma de una vulva. La belleza recental de Venus pertenece, como génesis de la mar, a otro mundo. Sus ojos en agraz, de mirada algo tímida sugieren cierto recelo ante un universo desconocido que le abre otra ninfa, esta ya de clara impronta terrestre, la Primavera, que trata de tapar la desnudez virginal de la recién nacida con un manto rojo estampado de motivos florales. Otro detalle de interés marinero: la modelo de Venus, Simoneta Vespucci, era familiar de Américo Vespucci, a quien Stefan Zweig califica de oportunista y oscuro navegante al haberle escamoteado a Colón el nombre del nuevo continente, en el que el Almirante quedo relegado al esquinazo de Colombia. El tránsito entre la mar y la tierra nos es insinuado en la esquina inferior izquierda del cuadro, donde aparecen unas testimoniales plantas de espadaña (género Tipha) que son típicas de albuferas y aguas salobres. La diosa de la Primavera nos da más pistas con su túnica floreada de acianos o azulejos (Centaurea cyanus), que es planta anual propia de las estepas mediterráneas más alejadas de la mar. Después de teñir fugazmente de azul intenso los campos de Castilla, antes de que la amapola maquille sus labios de rouge, el 460 Octubre


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