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REVISTA GENERAL DE MARINA OCTUBRE 2016

RUMBO A LA VIDA MARINA cerca del ano, e independiente, por supuesto, de su sistema propulsor a reacción —lo que aumenta su eficacia— aparece por primera vez en la evolución, como sustancia colorante la melanina (de melanos, negro), la misma que da color a una de las células más abundantes del cuerpo humano, los melanocitos, que son las responsables de que se broncee nuestra piel bajo la acción del sol (en definitiva, se ocupan de proteger nuestra piel de la acción solar) y, en un extremo, de dar color a las razas negras o melanodermas que se extienden por los países de mayor insolación. Y aquí asoma sus orejas la liebre guardada en la chistera del juego mágico de los cefalópodos: como está demostrado que todos nosotros procedemos de una Eva negra cuya descendencia emigró, hace poco más de 100.000 años, desde el Este de África para colonizar Europa y el resto del mundo, el número de melanocitos es fijo en todas las razas humanas que se diversificaron después bajo el influjo de determinadas condiciones climáticas. Dicho de forma más expresiva: un negro de Camerún tiene la misma cantidad de este tipo de células que una pálida sueca de Estocolmo, aunque en este último caso el secreto esté en que son muchísimo menos activos que los del camerunés. Así de sencillo. Y que el modelo nuestro de los melanocitos es herencia del calamar —es un decir— nos lo demuestra el hecho de su metabolismo común: la melanina se forma, tanto en cefalópodos como en humanos, a partir de un aminoácido, la tirosina, que ingerimos habitualmente con los alimentos, ¿convergencia adaptativa? Que me disculpe el lector si le parezco demasiado arriesgado en mis conclusiones, pero supongo que no ando muy descaminado. 464 Octubre


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