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EJERCITO DE TIERRA NOVIEMBRE 2016

perdonaría la vida si se rendían. En caso contrario, en el momento en que el sol saliera acabaría con ellos sin perdonar a nadie. Ninguno aceptó la oferta hasta la medianoche, cuando un adolescente de 16 años de edad, temblando quizá más por miedo que por frío, herido en el pie, salió sosteniendo una cruz hecha con cañas, pidiendo misericordia. Vélez Cachupín le habló afablemente con palabras tranquilizadoras, le entregó varias mantas, le dio algo de comer y lo sentó junto al fuego para que entrara en calor. Cuando los otros vieron cómo era tratado el muchacho, casi todos abandonaron el agua y se rindieron. Solo el jefe y siete de sus guerreros se quedaron en la espesura. Vélez Cachupín estuvo vigilante toda la noche, como él mismo escribió en su informe. Montado a caballo, en medio de las balas y las flechas que silbaban sobre su cabeza, sosteniendo en una mano el espadón de puño de oro y en la otra una pistola, dio muestras de un inusitado valor ante sus propios hombres y ante el enemigo. A eso de las 3 de la mañana, los restantes indios «a la luz de la luna, pronunciaron un grito de guerra» y atacaron. Los españoles dispararon sobre ellos y mataron al jefe e hirieron a los más tenaces, que pronto depusieron las armas. 112  REVISTA EJÉRCITO • N. 908 NOVIEMBRE • 2016 El gobernador y sus tropas lograron una extraordinaria victoria que los comanches y otros indios recordarían durante mucho tiempo. Como resultado de la batalla de la Charca de San Diego (nombre con el que el combate llegó a ser conocido con el paso de los años) los indígenas firmaron la paz. Debido a su valentía en la batalla y a la misericordia que mostró con los cautivos, los comanches apodaron a Vélez Cachupín como «el capitán que asombra». El temible pueblo de las llanuras firmó una paz que duró todo el primer mandato (1749-1754) del gobierno de Cachupín, que lamentablemente no fue respetada por sus sucesores pero que se reanudó de nuevo durante su segundo mandato (1762-1767). En la batalla de la Charca de San Diego murieron más de un centenar de comanches. Cuarenta y cuatro hombres (de los que 16 fallecieron al día siguiente a consecuencia de las heridas que sufrieron en los combates), seis mujeres y tres niños fueron apresados. Ocho soldados españoles resultaron también heridos de diversa consideración, uno de los cuales feneció días más tarde. Vélez Cachupín dijo a los cautivos comanches que liberaría a la mayoría a condición de que persuadieran a sus dirigentes para que negociaran una paz permanente. A cambio, él les autorizaría a comerciar en Taos. Como contrapartida les exigía que liberaran a los prisioneros españoles que tuvieran retenidos. Si esto era inaceptable para los comanches, Vélez Cachupín les dijo que serían perseguidos hasta que fueran destruidos por completo. El gobernador se llevó cuatro indios a Santa Fe como «rehenes ... para obligar a su gente a cumplir con su promesa de entregar a las mujeres y niños», y puso en libertad a los demás. Cachupín acogió en su casa de Santa Fe a dos de los rehenes hasta que se curaron de sus heridas. Mientras que otros gobernadores se negaban incluso a hablar con los comanches, Vélez Cachupín vivió con estos dos jóvenes guerreros en su casa-palacio de la capital. Tan afectuoso fue el comportamiento de don Tomás con estos nativos que, cuando tuvieron que volver con su pueblo, uno decidió quedarse a vivir para siempre entre los españoles. Los comanches estuvieron de acuerdo con los términos de paz expresados por «el capitán que asombra» y manifestaron que ellos sabían de dos mujeres y un niño españoles cautivos en la Un guerrero comanche


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