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REVISTA GENERAL DE MARINA 270-4 SUP CERVANTES

gazos y cosas peores—, eran sus medallas más queridas. Por eso le dolía cuando el autor del falso Quijote, Avellaneda —un pseudónimo—, le tachaba de «manco y viejo», y de tener menos dientes «que el castillo San Servando» —por las almenas—. Dice el escritor en el prólogo a la segunda parte de su Quijote: «Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las E. MARTÍNEZ RICO Portada de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha por Juan de la Cuesta, Madrid, 1605. mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien vale muerto en la batalla que libre en la fuga...» En efecto, las heridas de guerra, para Cervantes, eran algo muy serio, la seña de identidad del soldado, la prueba de que había peleado y que el futuro, en su fuero interno, era campo abierto para el orgullo y la honra, con o sin barcos: «Y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al decir la justa alabanza hase de advertir que no se escribe en las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.» 2008 73


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