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Revista General de Marina 269 5 dic

HISTORIAS DE LA MAR Uno de los casos más mediáticos ocurrió en 1934 provocando la destrucción del Morro Castle, un correo norteamericano que, según su capitán, era «safer …/… than crossing Times Square». La notoriedad del siniestro no obedeció únicamente a sus 137 víctimas mortales y su nacionalidad, sino a la absoluta ineficacia (que rozó el ridículo) de la tripulación y unas circunstancias dignas de la mejor película de intriga. Irónicamente, el propio capitán apareció muerto siete horas antes de estallar un incendio cuya causa nunca pudo determinarse y que la oficialidad consideró provocado. Con estos antecedentes era previsible un diluvio de teorías conspirativas, pero sorprende la sequía de las fuentes oficiales, que me obligó a lidiar con un puzle de datos heterogéneos. El premio fue redescubrir que el Morro Castle era un manicomio flotante, que la «película» anterior a su pérdida era más bien una tragicomedia, que la ineficacia de su tripulación tenía más ingredientes que la incompetencia y, sobre todo, la increíble mala suerte de su capitán accidental, un personaje trágico que demuestra lo desalmada que puede ser la mar cuando no corresponde los amores que se le profesan. Mando perdido En 1920 entró en vigor en los Estados Unidos la Ley Seca y, de repente, se pusieron de moda los cruceros al Caribe como una forma relativamente segura de hacer unas libaciones. Entre las navieras beneficiadas estaba la Ward Line, que llevaba más de medio siglo cubriendo la ruta de Cuba, pero el crecimiento de la tarta atrajo moscones al extremo de que la mismísima Cunard puso al Mauretania a picotear en el mercado invernal de cruceros a La Habana. Los navieros norteamericanos cubrían la ruta con unidades mucho menos impresionantes, pero en 1928 el Congreso acudió en su auxilio aprobando la Ley Jones-White, que otorgaba créditos para la construcción naval a largo plazo y bajo interés. Los buques-correo construidos a su amparo debían cumplir unas especificaciones que permitieran su rápida reconversión en unidades navales, pero la Ward no tenía mucho que perder: con o sin crédito el Tío Sam ya había incautado parte de su flota en la Guerra Hispano-Norteamericana y en la Gran Guerra, así que encargó dos buques mixtos: el Morro Castle y el Oriente. Cinco meses antes de botarse el primero estalló el crack de 1929, y cuando entró en servicio lo hizo con la tercera parte de las plazas desocupadas; por suerte una parte importante de los ingresos procedían de la carga, y otra aún más importante del contrato de correo con el Gobierno. El Morro Castle era un buque sólido, mangudo y bonito, aunque conceptualmente estaba más próximo a un ferry con bodegas en lugar de garaje que al luxury liner que «vendían» los folletos de la Ward. Tenía 154,8 m de eslora, 21,5 de manga y 11.520 TRB, y su «hecho diferencial» era la propulsión turboeléctrica, con seis calderas, dos turbogeneradores y dos motores eléctri- 922 Diciembre


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