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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 112

LA PARTICIPACIÓN DE LOS TERCIOS VASCONGADOS… 129 te y sin control del Gobierno; una solución podría haber sido la siguien-te: el reclutamiento y equipamiento por las autoridades forales (con los procedimientos que creyesen convenientes) de contingentes “vasconga-dos” integrados con carácter permanente en el Ejército, encuadrados por mandos –preferiblemente vascos– de la confianza del Gobierno y designados por este. Por supuesto, en caso de guerra las Provincias aportarían más efectivos a la defensa nacional, siguiendo el mismo pro-cedimiento. Este sistema habría tenido un carácter foral, regularmente negociado y concertado entre las Provincias y el poder central para su actualización, y visualizado en una serie de símbolos distintivos (deno-minación, uniforme…). Por su parte, el Estado ganaría una aportación de hombres permanente, y el Gobierno se aseguraba su intervención como autoridad responsable que era en materia de defensa nacional (in-cluyendo el debido control y custodia de su armamento). Es decir, una manera de aunar los fueros y la unidad constitucional. Un tercio así for-mado, continuamente en servicio –a diferencia de la antigua costumbre de movilizar las milicias forales solo en caso de guerra–, podría haber quedado en el propio País Vasco (con su sostenimiento a cargo entera-mente de las Provincias con arreglo a los antiguos usos y costumbres) si ello se juzgaba compatible con la seguridad del Estado; o bien, ser destinado en otro punto de la Península, en plazas norteafricanas o en ultramar (en este caso, sus haberes, raciones y sostenimiento correrían a cuenta del Estado, de acuerdo a los precedentes históricos al respecto). Por tanto, dado que ni el poder central ni las elites liberales que esta-ban al frente de las instituciones de estas provincias estaban interesados en resucitar y mantener la antigua organización de los Tercios (por mo-tivos obvios de seguridad pública, teniendo en cuenta el precedente del alzamiento carlista de 1833), la única fórmula que podría haber resuel-to el problema del servicio militar permitiendo una cierta singularidad foral es la de incorporar con carácter estable al Ejército un batallón o “Tercio Vascongado” siguiendo el modelo de la Guerra de África, es decir, reclutado, vestido y equipado por las propias Diputaciones pero estableciendo las debidas garantías de seguridad del Estado (por medio de jefes y oficiales designados por el Gobierno); y junto a ello, el mante-nimiento de los ya existentes cuerpos de orden público de migueletes y miñones en las propias Provincias, que en efecto cuando se declaraba el “estado de sitio” pasaban a actuar bajo mando militar y se integraban en las columnas del Ejército. Evidentemente, con lo anterior nos referi-mos a un servicio militar en tiempo de paz, puesto que en caso de guerra deberían aportarse contingentes mayores, como es lógico.


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