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LORIGAS Y BÁCULOS: LA INTERVENCIÓN MILITAR… 37 jetivo supremo que hacía necesario superar estos “incidentes”: servir a la cristiandad. Por ello, desde el mes de octubre, el papa no dejó de cur-sar cartas a diferentes prelados no castellanos o, por ejemplo, al común de la ciudad de Génova para que enviasen galeras en ayuda de Alfonso XI. Era preciso conseguir extender el culto de Cristo en los territorios del sur, para lo que resultaba imprescindible la unidad de los reyes cris-tianos peninsulares, “celadores de la fe”, y la participación en el comba-te de sus pueblos y de todo aquel cristiano que deseara cumplir con este deber religioso. La recompensa era clara: la redención de los pecados y poder alcanzar la gloria del martirio. Con la bula de Benedicto XII la batalla que se iba a librar a orillas del Salado se convertía así en cruzada, en el sentido en que Goñi Gaztambide definió este tipo de empresa béli-ca de “guerra santa indulgenciada”. La predicación de la cruzada corrió a cargo de los titulares de las diócesis conquense y abulense. Como es sabido, la concesión de este tipo de bula conllevaba no solo beneficios espirituales, sino también variadas aportaciones económicas. Alfonso XI ya había manifestado al papa la precaria situación por la que atra-vesaba Castilla a causa de las continuas guerras mantenidas en los años anteriores. Gracias a la bula se iban a canalizar unas importantes canti-dades de dinero hacia las arcas reales: por un lado, las procedentes de las aportaciones voluntarias que proporcionaban las indulgencias; por otro, las derivadas de los subsidios económicos otorgados en la bula (tercias y décimas). A cambio, Benedicto XII exigía una serie de condiciones, como la edificación de iglesias, colegiatas o catedrales en las ciudades conquistadas, el cumplimiento sin restricción alguna de las sentencias de excomunión y entredicho, la prohibición a los musulmanes de invocar en voz alta el nombre del Profeta o la correcta entrega de los diezmos que se debían al clero. El rey castellano concentraba sus fuerzas en Sevilla con el apoyo, al igual que ocurriera en la Navas de Tolosa hacía más de un siglo, de com-batientes cristianos de los otros reinos hispanos y de fuera de la Penín-sula. La Crónica de Alfonso Onceno relata minuciosamente los hechos, tanto la llegada de Juan Martínez de Leiva con el pendón de la cruzada y la bula entregados por el pontífice como la presencia de los prelados que acompañaban al monarca en la contienda: Et el rey Don Alfonso de Castiella et de León que estaba en Sevilla dando acucia como se armasen la quince galeras, et las doce naves (…) et llegó y Joan Martínez de Leyva, que venía de Cortes de Roma do el rey lo avía enviado, et traxo el pendón de la Cruzada que envió el Papa


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