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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 112

88 ALBERTO BRU SÁNCHEZ-FORTÚN No fraguaba, pues, el tan esperado ejército colonial, y aunque la muerte del caudillo El Mizzián el 15 de mayo había acabado con lo peor de la campaña del Kert, esta aún languidecía cuando en tales condiciones se llegó el 27 de noviembre de 1912 a la firma del tratado franco-español que instituía el protectorado de ambas potencias sobre Marruecos. En el debate parlamentario que exigió su aprobación en el Congreso fueron varios los diputados que se refirieron a la necesidad de un ejército colonial, como, por ejemplo, Ventosa o García Prieto. Pero destacaríamos al diputado republicano y catalanista Felipe Rodés, en su intervención del 14 de diciembre, y al inevitable Julio Amado, en la del 16, porque, al señalar la inoperancia de la ley del voluntariado, supieron subrayar la gravedad que esa quiebra iba a tener justo en el momento en que la aplicación del nuevo tratado conllevaría dar forma al instrumen-to militar que le resultara más conveniente. En palabras de Amado ese instrumento no podía ser otro que un ejército profesional, especializado, de larga permanencia sobre el terreno, basado en la recluta voluntaria de nacionales, pero sin descuidar la constitución de unidades indígenas y legionarias. Sin embargo, continuaba, haber dejado los premios me-tálicos de los enganches por debajo del salario de la Guardia Civil o de los carabineros había reducido a 1.800 los voluntarios obtenidos hasta la fecha por la aplicación de la ley de 8 de junio. Naturalmente, en los días que precedieron al discurso de Amado La Correspondencia Militar había intentado caldear la opinión abogando por un ejército colonial voluntario, auxiliado por batallones disciplinarios e indígenas, e inde-pendiente del ejército peninsular. Este último también tendría su papel defendiendo las nuevas colonias de la voracidad de otras potencias eu-ropeas. Anticipando algunas de las razones de Amado, Rodés, por su parte, al señalar el fracaso de la ley de voluntariado, aportaba en su dis-curso datos que le había proporcionado el mismo ministro: la esperanza de enrolar 10.000 voluntarios ese mismo año de 1912 había resultado ser ilusoria. 1.598 voluntarios incorporados hasta la fecha constituían la terca realidad; de los cuales solo 477 eran paisanos, 923 soldados y 198 soldados licenciados. Para desatascar la cuestión proponía aumentar los premios por encima de los abonados por la Guardia Civil y los carabi- 12 de julio de 1912, p. 1 un mayor despliegue publicitario de la ley para obtener más voluntarios. Sin embargo, en el de 3 de agosto de 1912, p. 1, en el editorial firmado por “Pedro España” de título “Crónicas Africanas. Desde Melilla”, se lamentaba del gran error de no haber aprovechado la nueva Ley del Voluntariado para introducir la legión extranjera en Marruecos y evitar el trasiego constante de quintos yendo y viniendo de la Península a las guarniciones norteafricanas para incorporarse o licenciarse.


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