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REVISTA GENERAL DE MARINA AGOSTO SEPTIEMBRE 2014

PRIMER CENTENARIO DEL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL... dose como defensores de los valores tradicionales y religiosos. Claro está que nadie podía permitirse perder en aquella competición, y que aquello tuvo consecuencias terribles, por no hablar de las que heredó la siguiente generación. Pero conviene recordar que ya estaban muy presentes en la Europa de 1914, aunque todavía no se llegase a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Las alianzas y la «Paz Armada» Es bien sabido que el canciller alemán Otto von Bismarck, tras su rutilante triunfo en 1871, emergió como el auténtico árbitro de Europa, siendo el protagonista de la política exterior y creador de los sucesivos sistemas de alianzas que han venido en llamarse Sistemas Bismarckianos. Lo cierto es que el canciller alemán se daba por satisfecho con lo logrado y deseaba más la estabilidad y la paz para consolidar su triunfo que cualquier otra expansión, ni en Europa ni en ultramar. Y en su profundo realismo, logró en buena medida sus propósitos. Dejando de lado los dos primeros sistemas, nos centraremos en el tercero, conformado plenamente en 1887, que supone su mayor y último éxito. Entre sus propósitos estaba el de apoyar al declinante Imperio austrohúngaro, alianza que pervivió a todos los avatares, pero sin relegar a Rusia, cuya rivalidad con los Habsburgo ya hemos señalado, tanto por los Balcanes como por las imprecisas fronteras étnicas de ambos imperios. Como la tensión creciese con el tiempo, ya no le fue posible concertar una nueva Dreikaiserbund o «Liga de los Tres Emperadores», pero al menos conservó los lazos con Rusia por medio del Tratado de Reaseguro, ofreciéndola una cierta tranquilidad. El motivo más claro era aislar a Francia, siempre partidaria de tomarse la revanche después de la humillante derrota de 1870-71 y de la amputación de Alsacia y Lorena. También es cierto que Bismarck animó en lo que pudo a los franceses a empresas coloniales que la distrajesen de las contiendas europeas. Como ya hemos visto, Italia no perdonaba a Francia que le hubiera arrebatado Túnez, y aún menos que se hubiera cobrado con territorios italianos su decisiva ayuda en las guerras por la unidad italiana, así como por el apoyo de Napoléon III al papa. Y justamente fue el triunfo alemán sobre Francia el que había permitido finalmente a Italia anexionarse los Estados Pontificios. Claro que el enemigo tradicional de la nueva Italia unificada había sido notoriamente el Imperio austro-húngaro, y el nacionalismo italiano reclamaba territorios en el Tirol, más allá del Véneto y en la costa dálmata. Aquel era ciertamente el punto débil de la alianza. En cuanto a Gran Bretaña, que seguía con su tradicional rivalidad con Francia en el terreno naval y colonial, no pudo sino ver con buenos ojos ese 2014 213


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