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REVISTA GENERAL DE MARINA AGOSTO SEPTIEMBRE 2014

PRIMER CENTENARIO DEL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL... rantes... ¿Durará esta situación? ¿Nos empujarán los aliados a tomar partido con ellos o contra ellos? No lo espero, aunque no deja de inquietarme las hipótesis. Y no lo temo, porque deben de saber que carecemos de medios materiales y de preparación adecuada para auxilios de hombres y elementos de guerra y que aún en el caso de que el país se prestase a emprender aventuras, que no se prestaría, tendría escasa eficacia nuestra cooperación. ¿No serviremos a los unos y a los otros conservando nuestra neutralidad para tremolar la bandera blanca y reunir; si tanto alcanzásemos, una conferencia de paz en nuestro país que pusiera término a la presente lucha...?» La segunda, firmada por Salvador Bermúdez de Castro, titular de la cartera de Estado, es otra comunicación dirigida en esta ocasión al embajador de España en París: «...Le diré que no seguimos otro camino que el de la neutralidad benévola... que es natural hacia naciones con las que nos unen relaciones especiales, aunque no se refieran principalmente a los intereses que están hoy en juego. Por otra parte, no habiendo el embajador de Francia ni el de Inglaterra significado nada que indirectamente representase la creencia por parte de sus gobiernos de que otra debiera ser nuestra actitud, hubiera constituido verdadera temeridad contraria, además, al sentimiento unánime de la Nación... Nuestra situación de neutralidad es, además, la más conveniente también para Francia e Inglaterra, dado que nuestro auxilio no sería muy eficaz...» El Ejecutivo estimaba que los beligerantes no pondrían a nuestra nación entre «la espada y la pared» de forzar su entrada en la guerra pues, más que ofrecer una ayuda efectiva o determinante en los terrenos económico o militar, sería una nueva pesada losa con la que hubieran tenido que cargar, al tenerla que proveer de todo tipo de suministros y armamento. Además España esperaba, al igual que los contendientes, que la guerra se resolviera en pocos meses, para posteriormente erigirse en árbitro protagonista de las negociaciones de una paz estable y duradera. El tiempo se encargaría de demostrar que tan bienintencionados propósitos se convertirían pronto en un espejismo dentro del desierto de odio, crueldad y venganza en el que se encontraban abocadas las distintas potencias europeas. Aunque parte de la sociedad se manifestaba abiertamente aliadófila o germanófila, la mayoría aplaudía la decisión del Gobierno, que fue respaldada por republicanos, regionalistas, la inmensa mayoría de la intelectualidad y de la clase media. No obstante, para evitar campañas a favor o en contra de unos y de otros, el Gobierno restringiría la libertad de prensa (2). (2) Real Orden de 2 de agosto de 1914 publicada en La Gaceta de Madrid del día siguiente. 2014 361


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