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REVISTA GENERAL DE MARINA AGOSTO SEPTIEMBRE 2014

PRIMER CENTENARIO DEL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL... Pese a que la cuestión social seguía candente, lo cierto es que los salarios subieron constantemente, y la atención social del Estado se desarrollaba, en parte como medio de mitigar esas tensiones, desde los planes de Bismarck, con la creciente moderación de la socialdemocracia alemana, y su ejemplo se imitó en otros países. Una masiva educación estatal y las nuevas tecnologías y necesidades estaban empezando a reemplazar al trabajador de mono por el de chaqueta y corbata. Los avances en medicina e higiene aseguraban, como nunca antes, una sana y larga existencia. Y nunca antes los pueblos habían gozado de mayor calidad de vida. A ello se unían los nuevos espectáculos de masas: desde el boom del circo a los deportes, desde los teatros de «variedades» al cine, de las verbenas populares a las vacaciones pagadas. Por último, en cultura, el desarrollo era igualmente inmenso, tanto en literatura como en arte, con la rápida sucesión de movimientos como el impresionismo, el Art Nouveau, el cubismo, etcétera. Nada parecía poner en serio peligro a aquella Europa rectora del mundo, alegre y confiada, cada vez más rica y segura de sí misma. Sin embargo, y dentro de ese cuadro tan sugestivo, no faltaban tensiones, problemas y emociones que la llevarían a una gran tragedia, causas muy variadas y complejas que intentaremos resumir y explicar en las páginas siguientes. Desequilibrios y cambios económicos Si bien en general los salarios habían crecido mientras que los precios bajaban, con el consiguiente incremento del bienestar general, los beneficios empresariales habían sufrido un constante declinar. La causa fundamental era que el modelo de la primera fase de la Revolución Industrial, basado en el textil, el hierro, el carbón y el vapor, se estaba agotando por exceso de oferta: todos los países europeos se habían industrializado en mayor o menor grado, la competencia era mucha y la demanda no crecía paralelamente. Justamente por esas razones fueron necesarios los cambios tecnológicos de la segunda fase que ya hemos mencionado. Pero aquello precisaba de nuevo grandes inversiones por parte de las empresas. De forma casi inevitable, los países europeos habían virado al proteccionismo para defender la producción nacional de la competencia extranjera, reservándose en lo posible el mercado nacional. Pero el proteccionismo, tan popular en ocasiones, tiene en sí graves males: encarece los productos, adormece la sana competencia entre empresas que se sienten ya suficientemente respaldadas, favorece la política de sustitución de importaciones por ruinosa que sea, etcétera. Otro efecto es que termina enfrentando entre sí a los países que mantienen relaciones comerciales. Por supuesto, tales males se intentaban resolver 206 Agosto-septiembre


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