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REVISTA GENERAL DE MARINA AGOSTO SEPTIEMBRE 2014

PRIMER CENTENARIO DEL INICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL... mediante la negociación de tratados bilaterales de comercio y amistad, pero en la época el regateo podía ser tan duro como largo, lleno de complicaciones y rara vez se veían satisfechos los deseos y necesidades de unos y de otros. La nueva prensa popular criticaba duramente las iniciativas del otro país y, como estas dañaban a algunos sectores del propio, era normal que se crearan o reabrieran viejas heridas, alimentadas por el ferviente nacionalismo de la época. La solución más fácil consistía en conseguir nuevos mercados en ultramar, exactamente mercados coloniales, exacerbándose la competencia entre los países por conseguir territorios a los que imponer el consumo de excedentes (especialmente de entre los más obsoletos y menos competitivos) y favorecer la exportación de capitales, como el ferrocarril, ya poco rentable en Europa. El Imperio británico poseía vastos y ricos espacios coloniales y, aunque menos rentables, también la República Francesa; sin embargo, el Imperio alemán o el Reino de Italia llegaron tarde a ese reparto colonial, no dejando de reclamar en todos los tonos «un lugar al sol». Tras el «reparto de África» en la Conferencia de Berlín y algunos reajustes, como nuestro 98, pocos lugares quedaban ya para los nuevos aspirantes. La cuestión se hacía más dolorosa por cuanto muchos europeos de países con pocas o ninguna colonia se veían impulsados a la emigración a otros países, y con razón alemanes e italianos se quejaban de la pérdida de esos recursos humanos, dirigidos fundamentalmente a América. Se ha hablado mucho de las reivindicaciones alemanas pero, con ser ciertas y las más duras, no eran las únicas: el Reino de Italia tardó mucho en perdonar a Francia que le arrebatara Túnez, espacio al que creían tener un derecho especial; Gran Bretaña y Francia, siguiendo su tradicional competencia colonial, estuvieron al borde de la guerra en 1898 por la posesión del Sudán, en la conocida Crisis de Fachoda. De modo mucho más frustrante, por no ser un rival y sí un aliado de siglos, Portugal vio impedida la unión de sus territorios de Angola y Mozambique en la entonces llamada Rodesia, por el Ultimátum británico de 1890, que sumió al país hermano en una profunda crisis y sentenció el régimen monárquico, al que se responsabilizó del agravio. Unamos a todo ello nuestro propio 1898 en favor de Estados Unidos y Alemania (que consiguió al fin sus ansiadas Carolinas), la guerra anglo-bóer y muchas otras cuestiones que alteraron la pacífica convivencia en aquella época. Y cabe destacar que la intervención multinacional en China, con motivo de la guerra de los bóxers, no acabó en un reparto del gran país entre las potencias, justamente por falta de acuerdo entre ellas, aunque cada uno se guardó muy bien de retener o ampliar sus «concesiones territoriales» en diversos puntos de la costa. Aquello no hizo sino agravar la rivalidad entre el Imperio ruso y Japón, que terminó enfrentándoles en 1904-5. En realidad, y como señalara hace mucho el profesor Pabón y recordara y profundizara Jover Zamora, estas crisis se sucedieron en un clima de «redistri- 2014 207


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