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REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 846

cia allí. El caos en Katmandú es tremendo y las comunicaciones muy difíciles. En medio de discusiones con la torre de Delhi suena mi teléfono particular. Es el ministro de Exteriores, quiere saber qué pasa y por qué todavía no hemos despegado. Rápidamente le pongo en conocimiento del problema y tras pasarme con el embajador español en India, éste último mueve también sus cartas para desbloquear la situación. Cuarenta y cinco minutos después por fin nos autorizan. La espera ha merecido la pena y conseguimos despegar rumbo a Nepal con todo el personal extranjero a bordo. Tras cincuenta minutos de vuelo nos transfieren a control Katmandú. La inquietud de todo el día desaparece totalmente al recibir su contestación: “AME 4593, autorizado a aproximación sin demora” responde Katmandú”. Respiramos aliviados. Aunque había costado finalmente esa noche alcanzaríamos nuestro objetivo. La noche es cerrada y los cuatro pilotos vamos en cabina. Llevamos muchas horas de actividad, la aproximación nos infunde respeto y ocho ojos ven más que cuatro. Aunque la oscuridad no nos deja verlas, el rojo intenso que nos muestra la altitud del terreno en una de las pantallas del avión nos hace ser consciente de que estamos rodeados por las montañas más altas del mundo. La senda es pronunciada (5.40º frente a los 3º de las aproximaciones estándar) y con una buena situación meteorológica divisamos la pista desde lejos. En corta final los avisos del readioaltimetro se suceden con celeridad 30 pies, 20 pies, 10 pies, hasta que por fin tomamos tierra en la bacheada pista de Katmandú. Mientras rodamos observamos el aeropuerto. No parece tener grandes daños, como si hubiera permanecido ajeno al gran desastre ocurrido en todo el país. En el aparcamiento nos están esperando; nuestro sitio es el único hueco que queda en toda la plataforma, entre un avión malayo y un C-17 indio. Miramos la hora, estamos al borde de nuestro periodo de actividad, pero ya hemos hecho lo más difícil, llegar hasta allí. La tripulación se encuentra bien y nuestros compatriotas nos esperan impacientes por dejar atrás la tragedia que han sufrido. Desembarcamos deseando la mejor suerte a los equipos de rescate británicos y al personal belga; nos sentimos orgullosos y satisfechos de haberles ayudado a llegar cuanto antes a la zona de la catástrofe. La suya es una carrera contrarreloj y quien sabe si gracias a nuestro apoyo alguna vida pueda haberse salvado. Nuestro personal de la embajada coordina rápidamente el embarque. Finalmente son 79 adultos y dos bebés, 81 en total. Salimos a tope, con el máximo de pasajeros que ha ido nunca en el avión, pero no se queda nadie en tierra. Verlos nos hace poner todo en situación. Nos damos cuenta que nuestra espera en Delhi no ha sido nada en comparación con la suya de días en un país sin apenas alimentos y servicios básicos. Bajo el cansancio que se refleja en sus rostros se dibujan gestos de alivio y alegría. Muchos nos dan las gracias, otros entran casi llorando al avión, conscientes de haber vivido una pesadilla que está a punto de terminar. Entre ellos hay algunos que han visto la muerte y el horror del terremoto muy de cerca. Cerramos puertas y arrancamos. Todavía es de noche. El despegue nos exige cumplir con un buen gradiente de ascenso para evitar las montañas. Afortunadamente el avión no va pesado y tenemos margen de sobra. Salimos con máxima potencia y el avión, generoso en el ascenso, en seguida sobrepasa la altura de seguridad. Alcanzamos línea de vuelo, nos da tiempo a un café para despejarnos mientras continuamos curso a Delhi. Atrás, los pasajeros devoran los sándwiches del catering hasta quedarse saciados, llevaban horas en el aeropuerto con el estómago vacío. Amanece un nuevo día cuando damos comienzo a la aproximación a Delhi. Después de 1:40 de vuelo esta- 736 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Septiembre 2015


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