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REVISTA HISTORIA MILITAR 116

62 LUIS ALFONSO ARCARAZO GARCÍA se apresuraron en abandonar la ambulancia, el resto permaneció en el patio de la granja y para su protección se organizó un puesto español, que ocupó el edificio. El Dr. Treille se sentó fuera de la granja, a esperar la llegada de sus compañeros de Sanidad, pero nadie se presentó. Y cuando la división comenzó a abandonar el campo de batalla, el cirujano en jefe pasó a caballo y el Dr. Treille le comentó que era el único en su puesto y que, a pesar de su buena disposición, le sería imposible a él solo ser de utilidad a aquel elevado número de heridos, porque apenas tenía ropa blanca en los arcones y se ha-bían agotado las medicinas, viéndose en aquella terrible circunstancia sin las armas de su profesión para asistir a la agonía de aquellos desgraciados. «Yo, lleno de vida, estoy atado a semi-cadáveres sin ningún medio de salvarlos». Ante la ausencia del personal sanitario designado y la falta de medi-cinas y elementos de cura, el cirujano jefe le dijo apenado: «le dejo libertad para hacer lo que usted quiera» y se marchó. No sintiéndose comprometido por ninguna orden de servicio, Treille se dispuso a seguirlo, pero antes quiso comentar a los oficiales heridos la situación tal como era y que si se marcha-ba, era únicamente porque no veía ningún medio de socorrerles. Al entrar en el patio de la granja y contemplar el espectáculo de aquellos desgraciados tumbados, cubiertos de sangre y de polvo y escuchar sus gritos de sufrimien-to y desesperación, cambió de parecer y pensó que «el honor es quedarse aquí», a pesar de que sus compañeros regresarían a Francia, mientras él permanecería prisionero. El Dr. Treille asistió a 500 heridos desprovisto de medicinas, por lo que se limitó a lavar las heridas con agua limpia, tanto las de armas de fuego como las otras, durante veintiún días, desde el 19 de julio al 10 de agosto, bajo un cielo que quemaba, teniendo el suelo de cama y como única sombra las ramas débiles de algunos olivos. Como le era imposible vendar a todos los heridos diariamente, hizo tres secciones, de forma que él vendaba una sección cada día y el resto de heridos se curaban entre ellos. Dispuso de un poco de ropa blanca para hacer vendas y como alimento les proporcionaron únicamente arroz. Contó con la colaboración de un soldado llamado Joseph, al que as-cendió a ayudante, pues era de los pocos que podían caminar. La situación del Dr. Treille y sus pacientes fue terrible, ya que cada noche oían a los cam-pesinos armados vagabundear alrededor de ellos, «atraídos por la expectativa del botín y cada noche esperábamos ser asesinados». El destacamento que los protegía contaba con dieciocho hombres del regimiento de África, mandados por el teniente Vicente, y su conducta «estuvo por encima de todo elogio», desgraciadamente, no se puede decir lo mismo de un protomédico español y del sacerdote de Bailén, «que tuvieron el triste valor de venir a visitarnos, no para socorrernos y exhortarnos, sino para agobiarnos con insultos y maldicio- Revista de Historia Militar, 116 (2014), pp. 11-72. ISSN: 0482-5748


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