DIBUJO B

AEROPLANO 30

Garijo alegó que los plazos eran excesivamente 102 cortos. Se acordó que volvieran a Madrid a recabar instrucciones precisas, sobre las que celebrar una segunda entrevista, con la salvedad de que las fuerzas aéreas debían entregarse en la fecha marcada. En una reunión del Consejo de Defensa, convocada con carácter de urgencia, Casado mantuvo su punto de vista de entrega escalonada del territorio y se mostró en desacuerdo con la rendición de la Aviación, que podía ser necesaria para la evacuación de personas comprometidas, aunque Matallana no consideró realista esta actitud. Finalmente se redactó un documento en que se pedía, como única concesión, la redacción de un papel oficial suscrito por cualquier autoridad nacionalista. La segunda entrevista tuvo lugar el 25 a las 14.45 horas. Los representantes de Franco echaron en cara a los emisarios de Casado el que no hubieran entregado la Aviación, con la agravante de que algunos aviones habían abandonado España partiendo del aeródromo de Totana. El coronel Gonzalo no estaba autorizado para firmar papel alguno y consultó con el general Martín Moreno, jefe del Estado Mayor del Generalísimo, quien le ordenó que diera por terminadas las conversaciones y que anunciara la inmediata iniciación de la ofensiva final. Casado radió antes del amanecer del 26 de marzo dos mensajes solicitando alguna garantía para las fuerzas que le sostenían y prometiendo la entrega de los aviones. El Cuerpo de Ejército de Yagüe inició la ofensiva por el disputado frente de Peñarroya el 26 de marzo y el Consejo ordenó que no se ofreciera resistencia al avance; a las cuatro de la tarde las radios nacionales retransmitieron las “concesiones” que Franco había anunciado a Casado. Al día siguiente la ofensiva se generalizó. RENDICIÓN DE MADRID El 28 de marzo el jefe del Ejército del Centro, coronel Adolfo Prada Vaquero (sucesor de Casado desde que éste accedió a la Consejería de Defensa), se trasladó al cuartel general de la 16ª División nacional, en la Ciudad Universitaria, y allí rindió sus fuerzas. Le acompañaban su jefe de Estado Mayor, Francisco García Viñals, el teniente coronel de Sanidad Militar Diego Medina Garijo (no Merijo, como escribió el entonces coronel Eduardo Losas Camañas y se ha repetido con frecuencia) y Francisco Urzaiz Guzmán, del Cuerpo de Inválidos. Poco después las fuerzas nacionales penetraban en Madrid. Medina Garijo no era pariente del emisario de Casado, al que había conducido a Barajas en coche, en uno de sus dos viajes a Burgos; ambos hubieran podido perder la vida juntos de no haber fracasado un atentado que se les había preparado. EL ÚLTIMO SERVICIO DE GUERRA DE LA AVIACIÓN REPUBLICANA La 1ª Sección del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de la Zona Centro-Sur (las únicas existentes en estos momentos) había cursado un informe el 27 de marzo en el que se recomendaba la rendición de los aviones como prueba de buena voluntad. Comenzaba con la frase “El coronel Camacho asegura” y añadía luego “… la entrega simbólica de los aviones traería aparejada un trato humano y correcto para todo el personal de Aviación y de las demás armas y que absolutamente nada tendría que temer Las 39 tripulaciones que se entregaron fueron revistadas por el teniente coronel Infante D. Alfonso de Orleans, quien se mostró amable y dispuso que se les preparase comida y alojamiento para esa noche en Barajas quien no tuviera las manos manchadas de sangre”. Para planear la entrega de lo aviones se reunieron el día 28 en Albacete el coronel Camacho, los teniente coroneles Luis Alonso Vega (jefe del Estado Mayor de Fuerzas Aéreas) y Leocadio Mendiola Núñez (jefe del Grupo 24 hasta el 4 de marzo y Comandante Militar de Murcia por orden de esa fecha), el mayor José Mª del Romero Fernández – Franqueza (jefe del Grupo 30) y el capitán Julián Barbero López (jefe en funciones de la Escuadra de Caza, por ausencia del primer y segundo jefes, Andrés García Lacalle y Manuel Aguirre López, ambos en Francia). En la reunión se acordó que los aviones volaran el 29 de marzo a Barajas y no a Griñón como antes se había pensado y se dio libertad a los pilotos para entregarse o expatriarse. Los cinco reunidos optaron por la segunda solución. El segundo jefe del Grupo 30, Francisco Hernández Chacón, decidió entregarse y su actitud fue secundada por el mayor observador, Sebastián Camacho Soriano, y los jefes de las escuadrillas 3ª y 4ª, Víctor Andrés Valdemoro y Jenaro Camacho González, a los que siguieron todas sus tripulaciones, 16 en total. La 2ª Escuadrilla había desaparecido en Cataluña y la 1ª, que tenía su base en San Pedro del Pinatar (Murcia), voló a Orán con el jefe del Grupo a su frente. Cuando los Natachas arribaron a Barajas, procedentes de Barrax y Almansa, ya habían tomado tierra allí 14 Katiuskas (encabezadas por el capitán piloto Máximo Ricote Juanas, anterior jefe de su 4ª Escuadrilla, los tenientes pilotos Cabré Rofes y Arquímedes Gómez Palazón, jefes de escuadrilla, y el teniente observador Fernando Medina Martínez) y los 9 Chatos de la 2ª Escuadrilla del Grupo 26, con el capitán Francisco Viñals Guarro y el teniente Joaquín García Calvo a su frente. EL RELATO DE HERNÁNDEZ CHACÓN Hernández Chacón me entregó en agosto de 1975 una carta con sus impresiones de los momentos anteriores al último vuelo, cuando se estaban pintando de blanco las banderas de los timones y las franjas del fuselaje. Algún antiguo compañero les recordaba el riesgo que corrían de ser fusilados en Barajas y les aconsejaba e se dirigieran a Argelia, como tantos otros hicieran. Rechazaron el consejo para realizar, según Hernández Chacón, el servicio más desagradable, anodino y, acaso, peligroso de toda la guerra. No se puede negar espíritu de abnegación a los veteranos tripulantes de estas escuadrillas, que se ofrecieron voluntarios a esta misión, para que otros compañeros más comprometidos o más desconfiados pudieran escapar. El viaje de la 3ª Escuadrilla del Grupo 30 comenzó con malos augurios. Poco después del despegue de Barrax, al teniente Munuera se le ocurrió efectuar un picado violento, con objeto de dar una espectacular pasada sobre el terreno, que trajo funestas consecuencias. El plano derecho se desprendió y el avión entró en barrena; Munuera no pudo hacerse con el Natacha y cayó con el hasta el suelo, pereciendo en el choque. El observador, Miguel Mulet Alomar, resultó gravemente herido y aún arrastraba una pierna al andar cuando al final de los 70 hablé con él en Caracas, triste resultado del accidente. Este fue el último avión del Grupo 30 que se perdió durante la guerra. El recibimiento en Barajas no resultó ni tan malo como temían los augures de última hora ni lo halagüeño que presumía el Informe del Estado Mayor de Fuerzas Aéreas que antes hemos citado. Las 39 tripulaciones que se entregaron fueron revistadas por el teniente coronel Infante D. Alfonso de Orleáns, quien se mostró amable y dispuso que se les preparase comida y alojamiento para esa noche en Barajas y anunció que se les acomodaría al día siguiente en Alcalá de Henares. Los hechos fueron muy otros. Aquella noche durmieron en el puro suelo del barracón de Barajas y el 30 de marzo pasaron a la cárcel de Porlier (antiguo colegio de los Escolapios de dicha calle Porlier, que había alcanzado triste celebridad por la checa allí instalada en 1936). Meses después pasaron a depender de la jurisdicción militar aérea, cuando esta se creó en 1940.


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