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MEMORIAL INFANTERIA 63

adalides que buscaran información sobre villas y ciudades. Pedro Ponce de León, Marqués de Cádiz, envió al muy experimentado capitán de escaladores Ortega de Prado, quien no tardaría mucho tiempo en descubrir que, pese a su buena defensa, Alhama era objetivo factible, según dedujo de una fuente HUMINT bastante fiable: él mismo. Se infiltró, escaló y pisó las murallas, comprobando que la guardia era negligente, regresando después de anotar todos los puntos favorables para tender las escalas. Elevada propuesta a la consideración del Adelantado de Andalucía, Pedro Henriquez, quien había estudiado con la debida atención el Propósito del Mando, decidió acometerla descartando otras opciones, escuchando opiniones y preparando adecuadamente la operación. A poco más de cincuenta kilómetros de la capital nazarí, menos de una jornada a uña de caballo, Alhama se encaramaba sobre una escarpada elevación protegida por el río; era un objetivo formidable. Debía su importancia a su situación central y a su dominio del camino a Málaga, el mejor puerto del reino. Se trataba de una ciudad muy rica, cuyos baños eran frecuentados por reyes y corte, que proporcionaba enormes rentas anuales. Era un importante centro de recaudación de impuestos, con buen comercio textil y manufacturero y una fructífera producción agrícola. El Marqués de Cádiz, recibió el encargo de ejecutar la operación. A pesar de su riqueza y poderío, no podía acometerla sólo, así que informó de la existencia de un proyecto al Adelantado de Andalucía, a algunos alcaides, nobles y capitanes. Sin detenerse a confeccionar prealistamientos o requerimientos de puesto táctico, organizaron una considerable fuerza de unos 2500 caballeros y 3000 peones que utilizaría Marchena como zona de reunión inicial para proyectar la fuerza al reino vecino. COMIENZA LA ACCIÓN: MARCHA, CONTACTO Y ATAQUE Aunque no se escribió una OPORD, dejando en ella constancia del «asumo el riesgo», quienes diseñaron la operación iban a jugarse todo: honra, dinero, prestigio y cuello. Además, no cabía recurrir a un simple «dos delante y uno detrás» (hay quien asigna a Julio César en la Farsalia la paternidad de la receta), ya que era imposible conquistar el objetivo con una aproximación directa; sólo se conseguiría el éxito si se mantenía la sorpresa hasta tomar la muralla. Sin apoyo de armas pesadas, todo dependería de una mezcla de adiestramiento, determinación y valor, con unas gotas de suerte. A los combatientes se les iba a exigir todo sin explicarles nada. Únicamente tres personas conocían el objetivo; el secreto debía ser total. Pocos miran atrás al atravesar con determinación las tierras amigas de Antequera, hacia los desfiladeros de la Sierra de Arrecife. No basta con cubrir una distancia enorme a marchas forzadas, hay que hacerlo de noche y evitando los malos caminos del reino nazarí. A la altura del río de las Yeguas se ordena abandonar los bagajes y abastecimientos, para continuar con el equipo imprescindible. Base de partida a unos cinco kilómetros de Alhama. Se detiene la hueste y se les descubre el objetivo, mientras se recuperan algo de resuello y aprestan las armas. Algunos murmuran en voz baja, otros rezan. Últimas instrucciones, despliegue adoptado y, amparados por la noche, los de la vanguardia cruzan la línea de partida. Son trescientos y entre ellos los treinta escaladores, soldados de «especialidad escalofriante» les define Mata Carriazo, que andando los siglos hubiesen llevado boina verde y de los que todos dependían. Obstáculo perimetral. Está oscuro al pie de la muralla y los ballesteros del grupo de apoyo, escasa ayuda, se esfuerzan por oír cualquier presencia. No hay moros en la costa. Comienza la escalada y el capitán Ortega corona el primero. Fallo humano o habilidad, el centinela es sorprendido y convencido, bien que con ayuda de la daga que en unos instantes después iba a degollarle, para guiar al grupo hacia el cuerpo de guardia, donde no hay lugar a la piedad: los más no llegan a despertar, mientras otros no aciertan a defenderse y rinden su postrer servicio al caer voceando la alarma, mientras parte de los trescientos desciende ya de las almenas y se precipitan sobre la fortaleza interior, encabezados por varios alcaides, de los que los de Arcos y Carmona pagarían con la vida su lección magistral de mando y control. Amanece, pero nadie mira esta Aurora, ni percibe ahora su frío abrazo de febrero, ya nadie tiembla. Tras dura lucha con la guarnición, cae el castillo. Al completar la limpieza de la fortaleza se descubre que no está su alcaide y que éste había encomendado el mando a su mujer, otra adelantada a su época como la propia Marquesa de Cádiz, que sí saldría triunfante de la accidentalidad en su propio asedio. Pero Alhama no está acabada y su población cerca la fortaleza, conscientes de que luchan por su libertad, vidas y haciendas. Disparan ballestas, espingardas, artillería y todo lo que hay a mano, Agenda 67


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