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EJERCITO DE TIERRA ESPAÑOL Nº 892 JUL_AGO 2015

disparos del Valencey abren grandes claros entre los escuadrones atacantes que desconcertados «remolinean» sin concierto entre una espesa nube de polvo y humo. Abatido su caballo, Páez salva la vida subiéndose a la grupa de la montura de un joven teniente. El general Sedeño que comanda una de las brigadas que habían quedado junto a Bolívar se une a la carga con toda la caballería. Se estrella contra las bayonetas del Valencey que, como si fueran las picas de los Tercios en Pavía, resistiendo a la caballería francesa, o a la acometida de los jinetes suecos en Nördlingen, ensartan los caballos de sus oponentes. A Sedeño varias balas le alcanzan en el pecho, incluso una baqueta de algún soldado que no tuvo tiempo de sacarla del cañón de su fusil le atraviesa el corazón. General y caballo quedan tendidos inertes sobre el terreno como muñecos de trapo. Pero el ataque continúa. Por dos veces los republicanos romperán el cuadro español y por dos veces García conseguirá rehacerlo. La Torre logrará alcanzar al Valencey y refugiarse en el interior de la formación. Entre los españoles, un soldado causa la admiración de los rebeldes. La historia no nos ha legado su nombre pero lo ocurrido merece ser narrado. Ese soldado no ceja en dar muestras de valor. Con su bayoneta hiende a varios enemigos, carga y dispara continuamente su mosquete, se ayuda en la lucha con la culata del fusil, anima a sus compañeros, hasta que una bala le alcanza en la cabeza y termina con su vida. En ese momento se detiene el ataque enemigo y un oficial con bandera blanca se acerca al Valencey y pide a García honrar la muerte del valiente caído. Dos pelotones, uno de cada bando, retiran el cuerpo y lo llevan a una loma cercana donde lo entierran con honores. Tras las salvas, los componentes del pelotón español dan las gracias a los vencedores y vuelven a su Unidad. El enfrentamiento se reanuda. Las bajas son numerosas, pero la tenacidad del Valencey no decae, siguen marchando sin detenerse y defendiéndose de los continuos intentos por desbordarles. Bolívar se desespera por las cuantiosas bajas que está sufriendo, especialmente entre los oficiales que se han tomado la retirada como una afrenta personal. Ordena a los tiradores que monten a caballo detrás de algunos de sus lanceros para acercarlos sables con la caballería rebelde que les supera en número y al final tienen que retroceder. (Imagen  3). Incomprensiblemente Morales no mueve al resto de los jinetes españoles. Se ha escrito mucho de por qué Morales no quiso enviar a sus hombres. Morales no era un militar de carrera, era un canario que se había unido al ejército cuando comenzaron las revueltas y había ido ascendiendo distinguiéndose por su valor. Quizás creyó que no tenía suficientes fuerzas, pero es más que probable que estuviera resentido con La Torre quien fue designado por el general Morillo como su sustituto cuando partió para España, relegando a Morales a un segundo plano. Tras conocer las noticias del desastre abandona el Campo de Carabobo dejando también sin protección al batallón de Valencey. El teniente coronel Tomás García, que está soportando el empuje del grueso del ejército de Bolívar, observa cómo desde el Norte se acercan algunos soldados españoles perseguidos por revolucionarios e intuyó lo que pasaba. Aun así, no estaba dispuesto a caer prisionero, ni a entregar armas y pertrechos a los republicanos. Sobre todo no estaba dispuesto a perder su enseña. Cuan nuevo Empecinado lucharía hasta el final. Emulando a los británicos en Waterloo, ordena formar en cuadro, pero al contrario que aquellos, que permanecieron estáticos mientras la caballería francesa del mariscal Ney se estrellaba contra el muro rojo inglés, el Valencey inicia una marcha de más de cuarenta kilómetros para ponerse a salvo, acosados constantemente por las tropas de Bolívar, una marcha que le llevaría a entrar en la leyenda. García manda calar bayonetas y cargar mosquetes, y a continuación comienza su retirada siguiendo el camino a Valencia (Imagen 4). Los oficiales insurrectos que desde las alturas observan tal osadía no dan crédito a lo que están viendo. Todo un batallón del enemigo vencido, retirándose en formación del campo de batalla. Tamaña ofensa no pueda quedar sin respuesta y deciden cargar contra aquel grupo de españoles que escribirán una de las páginas más brillantes de nuestra historia militar. La carga supondrá una sangría entre los oficiales enemigos. A la embestida se une el general Páez que baja desde el norte. Los 106  REVISTA EJÉRCITO • N. 892 • JULIO/AGOSTO • 2015


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