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REVISTA ESPAÑOLA DE DEFENSA Nº 310 OCT 2014

Oficina pro cautivos del Palacio Real de Madrid/ Patrimonio Nacional cautivos en el Palacio Real. Primero, la atendieron el propio el monarca y su secretario particular Emilio María de Torres. Sin embargo, ante el aluvión de cartas recibidas fue preciso aumentar el personal, que llegó a contar con tres diplomáticos y cuarenta empleados. La oficina fue siempre financiada con fondos privados de Alfonso XIII y se dividió en diez secciones: Desaparecidos; Información y correspondencia en territorios ocupados; Prisioneros; Repatriaciones de militares graves y enfermos; Repatriaciones de población civil; Internamiento en Suiza; Indultos; Conmutaciones de pena; Remesa de fondos a individuos o familiares en territorios ocupados y aislados durante tiempo del resto de la unidad familiar e Informes de las inspecciones de los delegados correspondientes en las embajadas españolas en Berlín, Viena y Roma. Según algunas fuentes, la acción humanitaria de esta Oficina pro cautivos facilitó ayuda a 122.000 prisioneros franceses y belgas, 7.950 ingleses, 6.350 italianos, 400 portugueses, 350 americanos y 250 rusos. Además, logró repatriar a 21.000 prisioneros enfermos y a unos 70.000 civiles. Entre los beneficiados, figuran el historiador belga Henry Pirenne y el profesor de la Universidad de Gante Paul Fredericq. Detenidos en Alemania, fueron enviados a Suiza. También se logró la liberación del actor y cantante francés Maurice Chevalier. Movilizado, herido y apresado en las primeras semanas del conflicto, fue hallado en tierras germanas; del bailarín Vaslav Nijinski, detenido en Hungría, por el que intercedió ante el monarca español su protector Diáguilev, consiguiendo su liberación; o del pianista polaco de origen judío Arthur Rubinstein, a quien Alfonso XIII facilitó un pasaporte español en el año 1916. PROPUESTO A NOBEL DE LA PAZ El rey nunca cejó en su empeño y la simpatía que despertaron sus gestiones fue enorme, así como el eco que tuvieron en los medios. No es de extrañar, por lo tanto, que en el año 1917 el jurista y senador vitalicio del reino Francisco Lastres presentara su candidatura al premio Nobel de la Paz que, finalmente, recaería en el Comité Internacional de la Cruz Roja. Fue propuesto en 1933. El monarca vivía en el exilio y suscribieron su candidatura el francés Albert de la Pradelle y el español José de Yanguas, como miembros del Instituto de Derecho Internacional. Antes, 9.000 ayuntamientos españoles habían solicitado el reconocimiento de esa labor con la petición de la Gran Cruz de Beneficencia para el monarca. El rey la rehusó al considerar que «no soy yo quien debe lucir esta cruz, sino España» y propuso que ésta se impusiera a la bandera del regimiento de Cazadores a caballo Alfonso XIII. Además, y en gran medida, su apoteósico recibimiento en París al inicio de su exilio fue una expresión de gratitud por parte de los franceses dado su comportamiento durante la Gran Guerra. Diez mil personas se congregaron en la Gare de Lyon, rompiendo los cordones de seguridad, acompañándole hasta el hotel Meurice, entre aclamaciones y gritos de «¡Vive le Roi!». Tampoco podemos dejar de recordar la actuación de su esposa, la reina Victoria Eugenia durante aquellos mismos años. En su caso, al frente de Cruz Roja Española. Bajo su auspicio, se organizaron numerosas cuestaciones para recaudar fondos y, sobre todo, tuvo una decidida participación en la renovación de la institución, ya que, a la luz de las enseñanzas derivadas del conflicto, era consciente del papel que ésta podía desarrollar en otras situaciones semejantes. AYUDA A BÉLGICA El enésimo servicio de Alfonso XIII, y de España, durante la I Guerra Mundial fue en la comisión internacional Commission for Relief in Belgium, que realizó numerosos envíos de alimentos distribuidos por la Cruz Roja belga, fundamentalmente, en su territorio, pero también en el norte de Francia, a donde llegaron parte de esos suministros. La comisión constituyó un caso peculiar dentro del Derecho Internacional. Era un organismo privado que, sin embargo, dispuso de bandera propia, suscribió acuerdos con las partes beligerantes y sus buques disfrutaron de privilegios que no se concedieron a otros pabellones. Estuvo bajo el patrocinio de Estados Unidos, España y los Países Bajos, como estados neutrales, y el embajador español en Londres Alfonso Merry del Val colaboró con ella desde el primer momento. Cuando Estados Unidos entró en guerra, Merry del Val, siguiendo las instrucciones de Madrid ofreció la posibilidad de que España se hiciera cargo de la misma. Al deseo de Alfonso XIII se sumó también la reina Guillermina de los Países Bajos, por lo que el nuevo organismo recibiría el nombre de Comité Hispano-Néerlandais pour la Protection du ravitaillement de la Belgique et du Nord de la France.L Octubre 2014 Revista Española de Defensa 61


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