Cada nación define su política de defensa y sus capacidades militares en función de su percepción de la seguridad internacional, así como de sus propias preferencias estratégicas. En Europa occidental, y de una manera más señalada en los países de nuestro entorno, en la época que siguió al fin de la Guerra Fría, los Estados optaron por aprovechar la ilusión de los dividendos de la paz para desarmarse. En unas circunstancias en las que los riesgos para la seguridad nacional e internacional parecían haberse reducido, y además se mantenían las garantías de seguridad proporcionadas por organizaciones como la OTAN, se redujo el esfuerzo en defensa con vistas a mejorar otros sectores productivos de la nación. Esta tendencia fue general en todos los Estados de nuestro entorno, si bien algunos lo hicieron con más intensidad que otros.
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