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HHIISSTTOORRIIAA PPAARRAACCAAIIDDIISSTTAA Los ingleses tiene cierta fama de imperturbables y “cold blooded”, o sea, de gente poco emocionable; no sé si será tanto como dicen, pero, a pesar de ello, un general británico no vacilo en admitir, después de su primer salto en paracaídas, que aquello “no era exactamente un bombón”, y tenía razón. En cuanto a mi primer salto, diré que mis emociones estaban algo mezcladas, por así decirlo; había curiosidad y también excitación, algo así como lo que deben sentir los boxeadores cuando abandonan sus respectivos rincones al empezar el primer round, pero siempre, y sin querer, late solapadamente el diablillo del recelo y la duda; se tiene la confianza más absoluta en el avión , en el paracaídas y sobre todo en el risueño sargento que trata de distraernos con sus bromas mientras de reojo mira por la abierta puerta para ver si ha llegado el momento de echarnos fuera…, pero, a pesar de todo, el pequeño diablillo está allí. Este día crucial, las cosas se habían sucedido con rapidez; se habían repartido y ajustado los paracaídas, sufrido innúmera inspecciones por parte del usuario, vecinos colaterales e instructores, oigo uno a mi lado, que dice: “es ridículo, pero me da la impresión de que voy a salirme fuera de este endiablado trasto en cuanto salte”. Yo no digo nada, pero, es curioso, estaba pensado lo mismo. Un rato después, se trepa a los aviones, rugen los motores y se vuela hacia la zona de lanzamiento. El ambiente es grave mientras se fuma, a grandes tiradas, un último cigarrillo. Casi de improviso, el Jefe de Salto comienza a hacer gestos: ¡apaguen los cigarrillos! Y poco después, ¡preparados! ¡en pie! ¡enganchen! ¡inspección de equipo! ¡a la puerta! Varias veces me han preguntado acerca de lo que se siente en tal momento; pues, bien, creo que lo más ¿Quién, yo? exacto será decir que cuando uno llega a ese instante de su carrera, no siente ni piensa nada; el rectángulo de la puerta lo ocupa todo y se desea terminar lo antes posible. Es sencillo; se hace un giro a la derecha, se da un saltito hacia afuera y ya esta. Una vez hecho esto sin novedad, se precisan un total de cinco saltos para la obtención del título; las codiciadas “alas” de paracaidista. Los saltos se efectúan en diferentes condiciones, sobre diversos terrenos y con equipo y armamento vario. Al final, una mañana se forma con el mejor uniforme y el Director de la Escuela nos prende una pequeña insignia sobre el pecho. El Ejército americano tiene ahora en servicio activo dos Divisiones Paracaidistas, que se consideran a sí mismos la elite del Ejército. Su entrenamiento es rudo, y sé que para todo paracaidista, en cualquier nación, el serlo exige un continuo mantenerse en forma, tanto física como mental; dispuesto para cualquier posible emergencia. Para los jóvenes soldados que han ganado recientemente sus alas de paracaidista, este servicio constituye la mejor manera de servir a su patria, al límite de sus energías y preparación militar; en cuanto al futuro, según afirma el general Ridgway, antiguo jefe del XVIII Cuerpo de Ejército Paracaidista, el papel de estas fuerzas será de la máxima importancia caso de una nuevo contienda, y el único modo de contrarrestar a un enemigo superior en número será mediante unas unidades extraordinariamente móviles, dispuestas a actuar rápidamente, al menor aviso. Estas unidades deben tener cualidades de gran aguante y estar en perfecto forma física y moral; es decir, dotadas de espíritu agresivo y listas para entrar en combate. Estas cualidades han sido siempre las características de las tropas paracaidistas. 62


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