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AEROPLANO 32

un café cargado y una ensaimada del día anterior, un tanto reseca, que sumerje en el vaso que disminuye rápidamente de nivel. Cuando está a punto de terminar, oye un rumor cada vez más fuerte de motores de avión. “Seguro que han cancelado la misión por mal tiempo”. –Se veía venir…, comenta en voz alta. Pero sólo un avión, el del Teniente Bay, ameriza en la ensenada de la Base… La lluvia, ya intensa, suena como una ovación y barre a oleadas el cemento del aparcamiento desdibujando las siluetas de los tripulantes que corren a refugiarse como sombras en el barracón. En sus caras, contraidas, hay un claro gesto de preocupación… –…¡ Cuando salimos de nubes, fué imposible continuar la formación con él. He tenido que sacar el flap a 15 y ni aún así…– Comenta el Teniente Rodolfo Bay quitándose los guantes que deja, empapados, encima de una mesa cubierta de papeles, una linterna, y algunos sellos de caucho de oficina. Leste calcula el tiempo de vuelo del 73-1 en relación con su carga de combustible y da la primera alarma. Cuando se consume el tiempo, el avión se considera definitivamente perdido. Es imposible iniciar una búsqueda desde el aire porque la meteorología no lo permite. Poco después, se recibe una comunicación del minador “Vulcano”. Acaban de encontrar, flotando dentro de sus monos de vuelo insumergibles, los cuerpos sin vida del Teniente Coronel Franco y del teniente Domínguez …Más tarde, la lancha de salvamento “Pollensa”, localiza los cadáveres del teniente de navío Sangro y del sargento mecánico Gómez Martín. Se da por desaparecido el Cabo 1º radiotelegrafista Canaves. Entre los restos recuperados del avión, se descubre un trozo de metralla incrustado en un alerón, probablemente ocurrido en una acción anterior de la antiaérea. ¿Parada de motores?... ¿Pérdida de velocidad y picado para recuperarla con violento amaraje final en un mar con fuerte marejada?... ¿Cierre inadvertido de depósitos de combustible con las mangas del abultado mono de vuelo?... ¿sabotaje? ...Cualquiera de estas causas, o algunas a la vez, terminaron aquel día lluvioso de octubre con la carrera aeronáutica y la vida del piloto del vuelo de Palos al Plata. –¡Qué bien tienen colocada la artillería estos tíos…! – comentan entre si el alférez Leste y el teniente Bay, sabiendo que son españoles como ellos. Están a 5.000 metros, volando sin oxígeno… El humo negro de las cercanas explosiones de los disparos de la antiaérea, pasa rápidamente a su lado y parecería inofensivo, si no fuera por las fuertes sacudidas que producen en la estructura del avión que cruje como el casco de un barco. Llevan a bordo las inestables bombas Larrauri, que deberían explotar con retardo después de que su ampolla de ácido empezara a disolver las láminas de su espoleta en el momento del impacto. La formación, después de la misión, pone rumbo a las Baleares y la mano derecha de Leste tiembla imperceptiblente debido a la hipoxia, cuando empuja con decisión las tres palancas de gases del CANT Z… Vuelan el avión 73-1, que pocos días después tomara el Tte Coronel Franco por avería del suyo. De esta misión, sin duda, procedía la metralla encontrada en los restos del avión. Años más tarde, en una playa de 134 “En enero de 1938 continúa su formación como piloto en la Escuela de Transformación de Jerez. Su campo de vuelo, ’La Parra’, es seco y polvoriento a diferencia del de Tablada, y la rueda de cola de los aviones, con un sonido ronco, parece arañar el suelo” > En vuelo sobre el norte de la Isla.


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