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18 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos Núm. 2 / 2013 estratégica”, amplió sus objetivos durante los años ochenta para incluir el control o la erradicación del nacionalismo pastún en la North Western Frontier Province. Algo que, combinado con las políticas de islamización puestas en práctica por el general Zia ul- Haq, junto con un incremento de la cuota de poder de los pastunes en las institucio-nes estatales, se consiguió plenamente. Tras el desmembramiento de la Unión Soviética, la aparición de las Repúblicas de Asia Central incorporó un nuevo objetivo a la “profundidad estratégica”: un régimen amistoso en Afganistán constituiría una puerta para Pakistán hacia los productos energéticos de Asia Central y sus mercados, suponiendo al mismo tiempo un obstáculo para India. Tras la derrota definitiva del régimen comunista de Kabul, en 1992, las perspectivas de Pakistán de conseguir un régimen amistoso en Afganistán se vieron frustradas. El inmediato comienzo de una guerra civil entre las diversas facciones muyahidines dejó al país en un estado de descontrol que, si bien facilitaba el establecimiento de los campos de entrenamiento destinados a la yihad en Cachemira, hacía poco a favor de las aspiraciones de Pakistán en Asia Central. Por ello, cuando el oscuro movimiento talibán surgió en los alrededores de Kandahar, en 1994, Islamabad apostó por esta nueva facción, con la esperanza de obtener cierta estabilidad en el país vecino. Cuando los talibanes ocuparon finalmente Kabul, en 1996, Pakistán fue uno de los pocos países que reconocieron su régimen, junto con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. En los últimos años de la década de los 90, a pesar de que la lucha en Afganistán continuaba entre la Alianza del Norte, apoyada por India e Irán, Pakistán vio finalmente realizadas sus aspiraciones de obtener esa “profundidad estratégica” en Afganistán. El régimen talibán debía su acceso al poder al apoyo pakistaní y dependía en gran medida de Islamabad. Sin embargo, los talibanes no abandonaron la tradicional demanda afgana sobre las áreas tribales pakistaníes ni reconocieron la Línea Durand, demostrando no ser el aliado dócil que Islamabad esperaba.12 4. Los cambios derivados del 11 S La alegría pakistaní ante el éxito de su política exterior no duraría mucho. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el general Musharraf, en el poder desde 1999, se vio obligado a dar un giro de ciento ochenta grados a la política exterior de su país. La presión estadounidense llevó a Musharraf a cancelar sus relaciones con el régimen talibán, uniéndose a la coalición liderada por EE.UU. en su “guerra contra el terror”. Pakistán proporcionó información y apoyo 12  HUSSAIN, Zahid, Frontline Pakistán, New York, Columbia University Press, 2007, p.30.


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