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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 114

174 FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL Liddell Hart: «Es en la mente de los generales donde se ganan o pierden las batallas»). Todo esto puede parecer obvio hoy, cuando conocemos por la madre historia los efectos de la Blitzkrieg alemana en Francia en 1940, las rupturas mecanizadas de Patton más adelante en la Segunda Guerra Mundial, las correrías acorazadas de los israelíes en el Sinaí en 1967 o la maniobra de «Stormin’ Norman» Schwarzkopf en la primera guerra del Golfo, pero en 1916 había que tener mucha imaginación —o una gran preparación militar o un conocimiento profundo de la historia o las tres cosas a la vez— para siquiera intuir esto. La dureza de la guerra que se estaba desarrollando, la estrechez de miras generalizada en los políticos y generales de la época, pero, sobre todo, la brutal primacía de la artillería con preparaciones de fuego de días y aun semanas enteras antes de lanzar una ofensiva, no ayudaban a entender como esos raros ingenios podían resolver la situación. Con la capacidad de trabajo que lo caracterizaba, J. F. C. Fuller —ascendido a teniente coronel en 1917— se puso a trabajar con ahínco en un ambicioso plan en el que reclamaba concentrar en su unidad todos los tanques disponibles para lanzarlos contra un solo punto, romper la primera línea de los jerrys y seguir a toda velocidad hasta sus líneas segunda, tercera y profunda retaguardia. Si bien el soldado alemán había perdido el miedo al monstruo —aunque la imagen de uno de esos carros viniéndose encima siempre debió ser imponente—, una ruptura con cientos, quizá miles, de tanques causaría el pánico no solo en la tropa, sino en los dirigentes político-militares que conducían la guerra… Claro que pronto descubriría que el enemigo de un plan así no eran los alemanes, sino su propia retaguardia y la War Office («Aunque los alemanes nos daban problemas, muchos más eran los que nos planteaban sir Douglas Haig y su Estado Mayor», dijo en sus memorias, parafraseando a Wellington, quien al referirse a los burócratas de despacho había suspirado: «Ojalá sean tan duros combatiendo ante el enemigo»). Cambrai, noviembre de 1917 Aun así, sin la magnitud por él apetecida y, por tanto, sin un carácter estratégico, el plan prosperó (al menos lo suficiente para lograr una concentración muy significativa que permitiera llamar la atención de su propio Alto Mando para convencerle de las enormes posibilidades de la nueva arma). Dejemos que sea su colega Liddell Hart quien nos cuente con su elegancia e ironía habituales lo que para él fue un día decisivo en la historia del arte militar: Revista de Historia Militar, 114 (2013), pp. 157-236. ISSN: 0482-5748


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