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REVISTA DE HISTORIA MILITAR 114

210 FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL En cualquier caso, el maestro veía cumplida su profecía negativa. Cuando en mayo de 1940, tras la campaña polaca y la drôle de guerre, los británicos fueran a enfrentarse a su mortal enemigo de nuevo en tierras de Francia, solo disponían allí de una brigada de tanques y de cinco regimientos de caballería mecanizada dotados de vehículos ligeros: «En el período de entreguerras se había gastado mucho dinero en experimentos, tanto que había casi más carros en prueba que en uso; teníamos tractores, pero eso no es mecanización …. Teníamos carros ligeros, como torpederos en mar gruesa, ataúdes sobre ruedas (lo vi en España) …. Teníamos carros de acompañamiento a la infantería, cuyos motores habían sido ralentizados a propósito para que no pudieran adelantar a los infantes, algo así como sacar a un caballo cojo a la pista de carreras …. Nada podía despertarnos de nuestro sueño, ni nosotros deseábamos que nos despertaran» (extraído del prólogo de su Máquinas de guerra). Es decir, ni el tipo de carro de combate, ni la mentalidad de sus mandos, ni la orgánica del Ejército estaban a la altura de la nueva guerra que les iban a plantear los germanos (quienes, por cierto, andaban también lejos de tener un ejército completamente mecanizado y con divisiones acorazadas todavía muy mejorables, pero con unos mandos y tropas totalmente imbuidos de la nueva doctrina, de la nueva forma de hacer la guerra). En cuanto a los franceses, si hubieran sido perspicaces, todavía entre Polonia y mayo del 40 habrían podido reaccionar, reuniendo sus poderosos —y numerosos— blindados en una masa de maniobra con la que contratacar de flanco al puño panzer; en lugar de eso «se encerraron en la Línea Maginot, esa tumba decorada con fotos de señoritas de dudoso gusto». Pero no hay espacio en este ensayo para analizar las campañas de esta guerra, ni siquiera para recapitular rápidamente sobre las grandes novedades que habría de traer, desde la madurez de los carros de combate en la lucha en tierra a la importancia del submarino o el portaviones en mar; desde la cooperación aeroterrestre a los adelantos en criptografía y comunicaciones; desde los fusiles de asalto a la bomba atómica… No obstante, sí merece hacer un repaso lo más pegado posible a la vida de nuestro autor de aquellos cruciales años, pues en cierta medida muchas de esas novedades él las había pronosticado, por no hablar de las consecuencias personales que el conflicto iba a tener en su caso (ese año de 1940 fue nefasto para él al morir su adorada madre, la fantástica Thelma de la Chevallerie). Porque conviene decir para valorar en toda su dimensión la paradoja que vivió Fuller que Gran Bretaña era el país que peor estaba en términos de desarrollo de carros de combate y unidades acorazadas de los contendientes: en Alemania, ya sabemos la admiración que los generales alemanes Revista de Historia Militar, 114 (2013), pp. 157-236. ISSN: 0482-5748


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