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18 Revista del Instituto Español de Estudios Estratégicos Núm. 0 / 2012 1982 y Okamura, 1991-. Algunos trabajos para países individuales muestran que tanto la vecindad con países con los que se tienen contenciosos -como es el caso de Grecia y Turquía, tal y como muestra Kollias, 2004-, como la situación geopolítica dentro de un contexto regional conflictivo, tienden a elevar el gasto en defensa –Sandler y Murdoch, 2000-. El ejemplo más claro de esta situación es el de la guerra fría y cómo al disminuir la tensión durante los años noventa, se redujo igualmente el gasto en defensa. La dificultad principal con relación a este aspecto es la medición de las amenazas. En algunos casos se ha utilizado el gasto en defensa de la otra parte para aproximar el nivel de amenaza –Smith, 1989-, en otros la proporción de frontera compartida con países vecinos amigos o enemigos –Sandler y Forbes, 1980-. Obviamente, ninguna de las dos aproximaciones es plenamente satisfactoria, pero aproximan un problema complejo de cuantificar. Así, la existencia de conflictos en curso es, obviamente un factor de considerable importancia en la explicación del gasto en defensa –Kamlet y Mowery, 1987-. No obs-tante, cada vez de forma más acusada, y debido a los conflictos regionales en los cuales participan las fuerzas de la OTAN, los países tienden a unir a sus presupuestos las pre-visiones de gasto vinculadas a operaciones internacionales, tanto de mantenimiento de la paz, como de otro tipo de intervenciones, lo cual eleva el gasto total. Sin embargo, también se ha utilizado una aproximación diferente, vinculada al stock de armamento y no al incremento del gasto, ante la existencia de amenazas o conflictos en los que se está implicado4 –Richardson, 1960-. No obstante, la estabilidad política que otorgan generalmente los sistemas demo-cráticos actúa como un seguro en las relaciones entre ellos, de forma que los conflictos se resuelven fuera del ámbito bélico. Esto no suele cumplirse, sin embargo, para los países cuyos gobiernos no son democráticos, en particular, en el caso de los regímenes militares lo cual induciría a éstos al mentenimiento de un gasto en defensa elevado. Sin embargo, los trabajos empíricos realizados incluyendo este tipo de efecto político muestran resultados ambigüos, tal y como exponen Alonso y Martínez, 2007, ya que depende de la metodología utilizada para aproximar el aspecto político, de las fuentes y de la definición que se haga de régimen militar. Por lo general, la mayor parte de los trabajos muestra la inexistencia de relación o una relación débil –West 1992-. Finalmente, se han utilizado algunas aproximaciones a la denominada “inflación militar”, pero en general poco adecuadas debido a la complejidad de su cálculo y a que, en la mayor parte de los casos, no hay un deflactor vinculado al gasto en defensa, lo cual reduce las posibilidades de su utilización. Además en algunos estudios realizados tanto para los Estados Unidos, como para el Reino Unido, los resultados muestran que, debido a que poseen unas tecnologías similares el diferencial de precios debería ser muy parecido, pero no es así, a causa de la forma de construcción de los deflactores –Smith, 1989-, lo cual resta verosimilitud a su validez. No obstante, Solomon, 2005, 4  Esto fue especialmente cierto durante la guerra fría y se analizó dentro del modelo de la carrera armamentista.


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