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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 129

BáRBARA PALOMARES SáNCHEz «Los primeros españoles que han entrado en el Puerto de San Lorenzo han sido los de esta expedición. Aunque es verdad que en el año de 1774 la fragata de S.M.C. nombrada Santiago, estuvo a la boca de dicho Puerto a distancia de a como dos o tres leguas. »El puerto no se puede ver hasta estar en él, porque le impiden la vista los cerros que lo forman, nombrado el uno San Rafael y el otro San Miguel que es donde tuvimos nuestro baluarte. Este Puerto de la S.tª Cruz es el mejor de cuantos hay en lo interior del puerto, por ser fácil su entrada, su salida y tener vista a todo el mar. Por lo firme y seguro un fondeadero y porque desde él con muy pocas fuerzas se puede impedir la entrada». Los misioneros, en sus indagaciones, averiguaron que los nativos creían en un creador supremo, aunque su concepción de este no pasaba de una noción vaga carente de la profundidad de la idea cristiana de Dios: «Acerca de la religión no le hemos advertido más que tienen un conocimiento grande de Dios porque preguntándolo yo, que quien había hecho el mar, las tierras, árboles y toda esta máquina visible del universo, me respondió de esta suerte: “arriba está un Capitán muy grande ‘Ascataisʼ, este Capitán es más grande y manda más que el rey de Inglaterra, que el rey de España y hasta manda más y es más grande que nuestro Capitán Macunia y este gran ‘taisʼ o Capitán fue el que lo hizo todo”. Después les pregunté acerca del cielo y del infierno, y dicen que arriba hay una ranchería o población sumamente hermosa y que abajo hay otra sumamente fea, “y ¿Quiénes van abajo y quiénes van arriba?” pregunté, a lo que me respondieron: “clust jacobos van arriba, pisec jacobs abajo”, que es lo mismo que decir, el hombre bueno va arriba y el hombre malo abajo: pero entre estos salvajes, aquel que es más gucarista, más fuerte y que hace más atrocidades es el mejor entre ellos, también dicen que los capitanes o jefes de todas van arriba y la gente plebeya todos van abajo juntamente con las mujeres porque de estas, dicen, nunca van arriba. Estos salvajes no conservan memoria alguna de nuestros primeros Padres, ni tampoco del diluvio universal ni de dónde, ni por dónde ni de quién vinieron». A los franciscanos les intriga especialmente su forma de enterrar a los muertos, muy diferente de la usanza cristiana: «A los difuntos, si son gente ordinaria los entierran en los montes, pero a los Capitanes los meten en una caja la que forran de pieles de nutria y antes les quebrantan las rodillas para que sigan como suelen sentarse estos aborígenes en el suelo y cubierta la cabeza con cintas la cuelgan de los árboles. La memoria de estos jefes perdura (…) tiempo, llorando muchos días después de su muerte con llantos y alaridos que parecen lobos». Entre las malas prácticas de los naturales del lugar, subraya la costumbre de apropiarse de los objetos ajenos que les resultan atractivos: 32 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 129


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