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MEMORIAL CABALLERIA 74

Historia Empleo Táctico y Operaciones Orgánica y Materiales Noticias del Arma Varios 103 DOCUMENTO Se citan para desprestigiar al Ejército casos de corrupción graves que se dieron por aquellos años en el protectorado, principalmente en la zona occidental del protectorado. Con frecuencia se han generalizado demasiado; de todas formas, corrupción como la descubierta en Larache, vista desde la actualidad, no parece, lamentablemente, tan importante. También se dieron numerosas prácticas poco ortodoxas o no reglamentarias que podemos calificar de corruptelas. En realidad, se realizaban para paliar la carencia de medios y el abandono en que se encontraban las unidades; al-gunos lo aprovecharon en beneficio propio con evidente abuso, produciéndose un deterioro general de la disciplina y un encanallamiento de un sector de los oficiales, desde luego minoritario, aunque de nefasta influencia en los soldados. Con todo, “si nuestro Ejército padeció flaquezas, predominaron las virtudes, y si su labor no se estimó completa, culpa no fue suya, sino de quienes lo estorbaron o malbarataron sus resultados. Cuando se lo puso en condiciones hizo todo lo que se le pidió”7 y, ade-más, desaparecieron las corrupciones y corruptelas, formándose un ejército disciplinado, adiestrado y efectivo. Se nombró alto comisario al general Berenguer en razón de su condición de político conocedor del problema. Sin embargo, tuvo que ser designado inspector del Ejército a los pocos meses (24 de agosto de 1919), debido a la situación delicada del protectorado que hacía necesario intervenir mili-tarmente inmediatamente después de cada actuación política. Incluso, en septiembre de 1920, casi un año antes del Desastre, fue nombrado jefe del Ejército de África. Solo por esta designación, debe ser considerado como el máximo responsable militar de los sucesos que llevaron a la destrucción de la Comandancia General de Melilla. Él mismo lo reconoce cuando escribía8: “el mando de Melilla fue siempre regido por el alto mando de África” y atribuía a la “crítica caprichosa” lo del “alto mando débil” que dejó actuar imprudentemente a Silvestre. Aseguraba que siempre exigió un plan detallado para conceder permiso para operar. Efectiva-mente, en carta dirigida al general Silvestre del 10 de enero de 1921 le pedía un plan de ocupación de Alhucemas. Además, el 4 de febrero, escribía también al ministro de la Guerra informándole de “los problemas inmediatos que tiene pendientes nuestra acción en Marruecos”. Para la zona de Melilla indicaba únicamente: “la ocupación de la bahía de Alhucemas”. No se recató en comunicarlo a la opinión pública, pues, en declaraciones publicadas el 1 de abril en El Telegrama de Rif, afirmaba que “en otoño estará sometido al Majzen todo el litoral de nuestra zona”; siete días después, entre-vistado por Cándido Lobera en el mismo periódico, anunciaba que “esta primavera salvaremos las divisorias de los ríos Nekor y Amekran” y “una vez en la vertiente norte rápidamente nos extenderemos por la bahía de Alhucemas, que puede considerase como fruto maduro. El general Silvestre realizará estos avances con la misma pericia y economía de sangre que los que hasta aquí llevó a feliz término”. Al día siguiente, tampoco se recató y volvió a anunciarlo en la Orden de la plaza: “recibid por tanto acierto la más efusiva felicitación, que espero reiteraros pronto en la bahía de Alhucemas”. Por tanto, demostró tener más obsesión en ocupar la citada bahía que el mismo Silvestre. Por lo expuesto y ser Berenguer quien se plegó a la idea de Romanones de cómo actuar en Marruecos, aceptar las limitaciones de personal y medios impuestos por el ministro de la Guerra, quedarse en su zona occidental con más del doble de los efectivos de los que concedió a Melilla y la mayor parte de los presupuestos; pero, sobre todo, por ser el jefe del Ejército del Protectorado y haber animado, cono-cido y aprobado los planes para ocupar las cabilas de Beni Tuzin y Tensaman y no reaccionar con rapidez ante las últimas y angustiosas peticiones de auxilio de Silvestre, se le debe considerar como el máximo responsable militar del Desastre, aunque la historiografía, en general, haya echado todas las culpas de la derrota sobre el comandante General de Melilla. 7 Berenguer, Dámaso. Campañas en el Rif y Yebala 1921-1922. Madrid: Sucesores de R. Velasco, 1923. 8 Se ha escrito mucho sobre el deterioro de la relación entre el alto comisario y el comandante general de Melilla a partir de su entrevista a bordo del Princesa de Asturias. No hubo testigos de la misma, aunque es muy probable que discutieran acaloradamente; sin embargo, la última carta que Silvestre dirigió a Berenguer terminaba: “este subordinado que te quiere”. Además, Berenguer en su libro (7) aclaraba: “recelos no hubo tal y que de existir por parte del general Silvestre nunca se reflejaron en forma que pudiera apercibirme de su intensidad malsana, ni llegaron a perturbar nuestras relaciones oficiales, ni aun las particulares”.


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