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REVISTA DE HISTORIA NAVAL 130

FRANCISCO VELASCO HERNÁNDEZ Conclusiones Como hemos podido ver a lo largo de estas páginas, la intensa presión corsaria sufrida por el litoral murciano a lo largo del reinado de Felipe III convirtió su espacio marítimo en un foco de fricción permanente donde era muy peligroso subsistir o desarrollar un tráfico marítimo normal. Las poblaciones costeras se replegaron tras sus murallas y baluartes y se requirió la estancia permanente de las escuadras de galeras del Rey para «limpiar» sus mares de embarcaciones enemigas. Estas escuadras, con más trabajo del que podían abarcar, se movieron, sin un puerto fijo, entre las principales ensenadas del Mediterráneo hispánico, si bien en el de Cartagena recalaron con relativa frecuencia. Su estancia en el puerto cartagenero facilitó la organización de algunas expediciones anticorsarias, que en algunos casos tuvieron un feliz éxito, con el apresamiento de diversas galeotas y bergantines berberiscos. En el período que aquí hemos estudiado fueron capturadas tres galeotas, cinco saetías y una polacra. Una cifra ridícula si la comparamos con el número enorme de aprehensiones que pudieron llevar a cabo las escuadras corsarias, tanto de galeras y galeotas, como de barcos «gruesos» o de alto bordo. También se ejercitó cierta actividad contracorsaria en el mar por parte de los vecinos de Cartagena. Sus acciones militares, más modestas pero no menos eficaces, fueron dirigidas contra los bergantines o pequeñas galeotas argelinas, que infestaron durante este período el litoral. Bajo el mando de un capitán designado por el Concejo, partieron en más de quince ocasiones a la búsqueda de embarcaciones enemigas y en seis de ellas lograron su objetivo, apresando un total de cinco bergantines y una fragata. Es en este sentido uno de los escasísimos ejemplos de anticorso marítimo llevado a cabo por una ciudad española en el Mediterráneo de Felipe III. Pero mientras que el reparto de las presas conseguidas por las galeras estaba claramente definido y regulado por órdenes reales, en el caso de las obtenidas en las «cabalgadas» de los vecinos de Cartagena hubo un sinfín de problemas provocados por la interferencia de las diversas autoridades, que o bien querían sacar beneficio particular en ellas (dado el alto valor que alcanzaban los esclavos subastados), o bien trataban de hacer valer su poder personal y jurisdiccional ante el Concejo de Cartagena. De todas formas, el monarca o, en su defecto, el consejo de Guerra siempre dictaminaron en favor de los vecinos de Cartagena, a los que amparaban algunos privilegios concedidos por Fernando III en lo relativo al corso, y que se mantuvieron indemnes a lo largo de los siglos, pese a las arbitrariedades y abusos de poder de las algunas autoridades e instituciones. 30 REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 130


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