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ASPECTOS INSTITUCIONALES Los dos rivales: Fernando y Luis XII. Excelentes retratos coetáneos de Michel Sitow y de Jean Perreal (Commons) 23 dujo con una gran virulencia hasta finalizar en la abierta rebelión de 4.500 españoles. En este motín nacieron muchos de los rasgos que luego caracterizarían los tristemente famosos de los Tercios, que tan caros costaron a las armas españolas, consistentes en regirse de acuerdo con un código moral evidenciado en estrictas normas de comportamiento, cuyo objeto era también proporcionar una apariencia de legalidad y favorecer la cohesión mediante la corresponsabilidad. Se gobernaban por un consejo electo «de los veinte», que cambiaba diariamente y mantenía el orden y la disciplina, impuestos de tal forma que pudieron alegar que no se asaltaron iglesias, ni se cometieron desmanes con eclesiásticos o mujeres, sino que solo cogían lo necesario para subsistir. Valga como ejemplo el castigo impuesto, tras las oportunas averiguaciones para acreditar la veracidad, ante una denuncia de violación: los culpables fueron colgados de la ventana de la habitación donde había tenido lugar el delito, y sus pertenencias, confiscadas para darlas a la ultrajada19. Gonzalo reunió al resto del ejército y se dirigió inmediatamente contra los rebeldes desplegando un dispositivo de combate que no dejaba lugar a dudas, pero evitó iniciar el combate tratando de convencerles con buenas palabras. Estas acciones surtieron efecto, como refleja la arenga20 rebelde que, descartando la posibilidad de imponerse por la fuerza, apela frente a las tropas del Gran Capitán: «delante de vosotros la una muerte, si no vencemos, y la otra y mayor si nos rendimos … este cordobés nos ha de atraer hoy con buenas palabras y después de veinte en veinte; nos ha de ahorcar, porque se lo tenemos merecido … ¿queréis que se diga en Italia y España que teníamos ánimo para saquear a la gente pacífica y desarmada y que cuando se ofreció la necesidad de las armas nos faltó el corazón? … no piense este cordobés que lo ha con los borrachos de los franceses, sino con muy honrados y muy valientes españoles … Hagamos oración, y si nos acometieren hagamos como fuertes soldados españoles». Llegados frente a frente, Gonzalo reiteró su oferta de olvidar todo; respondieron ellos que no podían echarse atrás y alegaron un comportamiento limitado a robar para comer. «Los más dellos les amostraron las heridas que en su servicio habían recibido». Gonzalo «se enterneció tanto que, por más que disimuló, no pudo dejar de le venir a los ojos las lágrimas». Les dejó pasar hacia Nola, sin atacarles pero enviando un refuerzo a la ciudad, suficiente para que desistieran. Les comunicó que se volvía a buscar fondos para pagarles. Ellos saquearon 19 Íbídem. 20 Esta no puede tomarse de forma literal, pues revela la mano del cronista, que refleja una cierta simpatía por los rebeldes, un dato interesante. Tomemos solo el sentido general. Castellanar, pero aquí se desmoronó la resistencia. Se dispersaron y los cabecillas trataron de huir, pero la mayoría fueron capturados y ajusticiados. Gonzalo intentó efectivamente hacerse con dinero, sin grandes resultados. La situación económica no era buena, sobre todo teniendo en cuenta que había recibido la orden de mantener el ejército al completo y preparado para intervenir, pero sin recibir dinero, mediante la venta y gravamen a las propiedades pertenecientes a los nobles rebeldes, una tarea para la que se «habría necesitado un centenar de Grandes Capitanes»21. Una vez firmado un tratado definitivo con Francia, se ordenó devolver a los nobles franceses sus propiedades, orden que chocaba con los repartos que Gonzalo había hecho a italianos y españoles. En 1504, diversas intrigas, que achacaban al Gran Capitán los desmanes de los soldados, habían surtido efecto, como expresamente figura en una de las cartas del rey. Su biógrafa, Mary Purcell, no puede reprimirse ante tal cinismo e imagina una «sonrisa sardónica» de Gonzalo ante la frase sobre las tropas «a sueldo Nuestro»22. La cuestión judía no era ajena a sus problemas. Había recibido orden de expulsarlos, aunque de forma que le quedaba margen para inhibirse en la práctica. Él informó de lo negativo de la medida y los reyes rectificaron, pero poco después le escribieron una durísima carta en la que daban por ciertas las quejas que recibían sobre continuos desórdenes y desgobierno, instándole a rectificar. Finalizaban la carta con la recomendación de que bajo ningún concepto pudiese escapar César Borja, y que si había alguna dificultad en ello, lo enviase a España. 21 Mary Purcell: The Great Captain, pág. 179. 22 Ídem, pág. 182.


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