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MEMORIAL_INFANTERIA_73

ASPECTOS INSTITUCIONALES Gonzalo, en carta de 20 de julio de 150423, solicitó el relevo en términos bien claros: ¡dimitió!... Los reyes se inhibieron ante la petición, pues al fin y al cabo la paz con Francia no estaba garantizada, circunstancia que impedía prescindir de Gonzalo. Este reiteró su petición en otra misiva, a la vez que daba cuenta de los progresos y las medidas tomadas. Todavía insistiría una tercera vez ante el secretario real Pérez de Almazán. Acompañó a la segunda carta un informe en el que explicaba la situación real, que incluía una petición de mayor autoridad, pues era la misma nobleza la causante de muchos desmanes, como expresan sus palabras sobre el conde de Aliano24: «Así de fuerzas de mujeres, como de muertes e prisiones de hombres, e otros agravios que haze a sus vasallos, e sobre todo tiene presa a la condesa su mujer, sin ninguna 24 justa causa». Muerta la reina Isabel, el Gran Capitán perdió a la que la mayoría de autores consideran su mejor valedora, mientras continuaban las murmuraciones cortesanas y el embajador Rojas, aparentando una buena disposición, le difamaba en sus informes. Incluso Próspero Colonna, tal vez resentido de la amistad de Gonzalo con Alviano o buscando un beneficio, se avino indignamente a participar en esto. LAS TROPAS, LOS CAPITANES, EL JEFE Y EL REY Los problemas económicos no deben enmascarar la verdadera relación entre los soldados y Gonzalo, que quedarán patentes con algunas anécdotas conocidas. El rey Fernando, tras renunciar a la regencia de Castilla, acompañado de la nueva reina Germana de Foix, viajó a Nápoles para afianzar este reino sobre el que abrigaba dudas, no solo por la maledicencia, sino por la lógica de su nueva situación y el hecho de que se trataba de una posesión lograda por tropas mayoritariamente castellanas para la Corona de Aragón, que heredaría un posible vástago de Germana. La nobleza castellana le había abandonado, con notables excepciones, como el duque de Alba25. No así Gonzalo, que le dio la bienvenida «saltando » a la galera real con tal alegría «que bien demostraba que nunca había dudado de la buena voluntad del Rey para consigo»26. María Manrique, esposa de Gonzalo, acompañaba a la comitiva. Indispuesta, desembarcó en Génova. Fue recibida 23 A estas alturas, con Isabel ya enferma, Fernando había adquirido un papel más preponderante en los asuntos de gobierno. 24 José Enrique Ruiz-Doménec: El Gran Capitán, págs. 361-376, incluyendo la cita. 25 Los lectores pueden conocer sin esfuerzo la situación en la película La Corona Partida, que, aunque adaptada para la pantalla, es bastante fiel a la historia de esos años. 26 C. General, pág. 244. en nombre de Luis XII por el gobernador Ravastain, a quien Gonzalo había tratado con extrema generosidad, cuando, según él, pudo «muy justamente» haberle quitado la vida. Ravastain, que se descubría al hablar del Gran Capitán, intentó corresponder con generosos regalos, que fueron rechazados. María continuó por tierra y pasó de largo por Roma, y «cuando el Santo Padre lo supo invió tras ella a dos Cardenales, a quejarse mucho …, sabiendo ella lo mucho que él le debía a su marido». También salieron en pos de ella otros notables de las principales casas de Roma, presentándole excusas por no haberla recibido apropiadamente al ignorar su presencia27. Durante la estancia muchos trataban de llegar a Fernando con sus peticiones, «y si algún soldado o ciudadano, aunque fuese de baja condición, deseaba ser presentado …, Gonzalo Hernández era el medio …, pues en ninguna cosa sentía tanto contentamiento cuanto en hacer placer y buena obra»28. De esta forma era él quien quedaba obligado con el rey. Tuvo entonces lugar la famosa escena de las cuentas, cuando espoleado Fernando por los «envidiosos», y «poco honrosos» para él29, requirió a Gonzalo para una especie de juicio. La primera versión, de Giovio, nos cuenta cómo el Gran Capitán: «Estuvo en poco de se enojar …, mas recibió con alegre cara las cuentas de ingresos y gastos …. Presentó un libro pequeño de memoria en que puso muy gran silencio a los tesoreros y al Rey muy grande afrenta, y a todos muy gran ocasión para reír y burlar del negocio»30. Ese librillo recogía ya, según Giovio, los cargos de los ruegos por las victorias y para pagar a los espías, que tomaron otros cronistas, pero no la manida frase copiada del falso documento que terminaba con los «cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas a quien le ha regalado un reino». Estos términos no corresponden al respetuoso lenguaje utilizado por Gonzalo en su trato con el rey, sino a la altivez que la imaginación romántica asigna al soldado español de la época. La esencia de la anécdota es probablemente cierta, y típica del Gran Capitán: una de sus «cordobesadas», como las llama Ruiz-Doménec. Consiguió su objetivo, pues el rey prohibió que se siguiese hablando de una cuestión en la que quien quedaba mal era él. Una noche hubo una sonora reyerta entre napolitanos. Gonzalo salió a solucionar el problema, y se extendió entre la flota el rumor de que había sido apresado por 27 C. Manuscrita, págs. 442-443. 28 C. General, pág. 244. 29 Ídem, pág. 245. 30 Giovio, op. cit., pág. 445.


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